The Time That Remains (2009)

“The Time That Remains” (El Tiempo que Queda) es una película que no busca ser espectacular, ni provocar giros argumentales vertiginosos. Su poder reside en su lentitud, en su insistencia en mostrar la vida cotidiana de una familia palestina a lo largo de décadas, una vida marcada por la persistencia de la memoria, el peso de la historia y la constante lucha por la pertenencia. Esta película, inspirada en los diarios de un padre y las cartas de su madre, es, en esencia, un retrato íntimo y conmovedor de un pueblo que se niega a ser definido por las divisiones geopolíticas.

La dirección de Hinde Borggreve es delicada y respetuosa. Evita melodramas fáciles, optando por una fotografía natural y una paleta de colores que reflejan la dureza y la belleza de la tierra palestina. La película no intenta grandilocuencia; se centra en los detalles: una taza de té compartida, una conversación silenciosa, la mirada cansada de un hombre que ha visto demasiado. Esta sencillez, sin embargo, es precisamente lo que la hace tan efectiva. El uso de los espacios abiertos y las vistas de la campiña, contrastadas con la opulencia a veces inoportuna de los controles fronterizos, subraya la dualidad de la vida de este pueblo.

Las actuaciones son, sin duda, el corazón de la película. El protagonista, Amir Darwish, entrega una interpretación magistral, transmitiendo con una profunda sutileza la carga emocional de su personaje, un hombre que ha vivido la resistencia, el exilio y la constante sensación de no sentirse plenamente en su propia tierra. La esposa de Amir, interpreta por Lamia Hassan, complementa a la perfección su actuación, mostrando con sensibilidad la fortaleza y la fragilidad de una mujer que ha mantenido viva la llama de la esperanza a pesar de las adversidades. Las interpretaciones secundarias, aunque más breves, son igualmente convincentes, dotando a la película de un palpable sentido de comunidad.

El guion, adaptado de los diarios personales de un padre y las cartas de su madre, es una de las mayores fortalezas de la película. La trama, basada en cuatro episodios históricos, no se basa en eventos dramáticos o conflictos bélicos. En lugar de eso, se centra en las consecuencias silenciosas de la ocupación, en la erosión del tiempo y en la forma en que la memoria personal moldea la realidad. Las cartas, con su estilo directo y emotivo, aportan una dimensión íntima y muy humana a la narrativa. Se evita la simplificación y se permite que el espectador reflexione sobre las complejidades de la situación y la ambigüedad moral inherente al conflicto palestino-israelí. Es una película que exige atención y que recompensa la paciencia del espectador con una experiencia profundamente conmovedora y reflexiva.

Nota: 8/10