“The Tracey Fragments” (1993) no es una película para todos los públicos, ni para aquellos que buscan entretenimiento ligero. Es una experiencia cinematográfica visceral, incómoda y, en última instancia, profundamente conmovedora. Jonathan Demme, conocido por su maestría en el suspense psicológico (“El Silencio”, “Culpable”), nos entrega una película que se instala en la mente y no abandona fácilmente sus rincones oscuros. La película, centrada en la vida de Tracey Berkowitz (una revelación para Ellen Page en su debut actoral), es un estudio de aislamiento, autolesión y la incapacidad de conectar con el mundo. El claustrofóbico viaje nocturno en un autobús se convierte en el escenario perfecto para desentrañar la turbulenta realidad de la joven.
La dirección de Demme es impecable en su minimalismo. La cámara se mantiene a menudo fija, como si intentara capturar la soledad de Tracey, su mirada perdida en el infinito. Esta estrategia, a veces desafiante, obliga al espectador a empatizar con su silencio y a adentrarse en la desolación de su interior. La película no se basa en secuencias de acción o en diálogos grandilocuentes. Su fuerza radica en la atmósfera, en el uso del sonido (la música inquietante, el ruido del autobús, el silencio sepulcral) y en la selección cuidadosa de la luz, creando un ambiente opresivo y perturbador que refleja el estado mental de la protagonista. El uso de imágenes fragmentadas, como el título de la película, evoca la propia fragmentación de la mente de Tracey y la dificultad de reconstruir un sentido coherente de sí misma.
La actuación de Ellen Page es brillante. Es una interpretación natural y sutil, que captura la timidez, la amargura y la vulnerabilidad de Tracey con una precisión asombrosa. No es una actuación exagerada, sino una observación detallada de una joven que lucha por encontrar su lugar en el mundo. El resto del reparto, que incluye a personajes que solo aparecen brevemente en la vida de Tracey, contribuye a la autenticidad del entorno y al retrato complejo de su aislamiento. Los personajes secundarios no son más que destellos, fragmentos de la vida que se interrelacionan con la tragedia de Tracey.
El guion, adaptado de un guion de Mary Agnes McQuiston, es una obra maestra de la introspección. La película no ofrece explicaciones fáciles ni conclusiones definitivas. Presenta una serie de incidentes y conversaciones que, tomados aislados, pueden parecer aleatorios, pero que, en conjunto, revelan la historia de un trauma profundamente arraigado. La película no juzga a Tracey, sino que la presenta como una víctima de un mundo que no comprende su dolor. Es un retrato honesto y sin tapujos de la adolescencia problemática y de las consecuencias devastadoras del abuso. La película, aunque a veces difícil de ver, es una reflexión poderosa sobre la soledad, la identidad y la búsqueda de la redención. Un estudio de la fragilidad humana y la búsqueda del significado en un mundo caótico.
Nota: 8.5/10