Tiburón blanco (2021)

“Tiburón blanco” no es simplemente otra película de terror marino; es un ejercicio visceral de claustrofobia y supervivencia que, a pesar de algunos tropes, logra mantenerte tenso y preguntándote si los protagonistas van a salir del agua. La película, dirigida con una eficacia perturbadora por Blake Zimmerman, se centra en un grupo de jóvenes privilegiados que se embarcan en una excursión de hidroavión a la Gran Barrera de Coral, una experiencia que rápidamente se transforma en una lucha por la vida contra un depredador de proporciones colosales.

La dirección de Zimmerman es la clave del éxito de esta película. Logra crear una atmósfera de constante peligro, aprovechando al máximo el entorno marino y la vulnerabilidad del pequeño bote salvavidas. Las tomas submarinas son espectaculares, mostrando la inmensidad y la amenaza del océano, pero también la fragilidad de los personajes ante la bestia que acecha. El ritmo de la película es deliberadamente lento en algunos momentos, permitiendo que la tensión se acumule de forma gradual, lo cual, a mi parecer, funciona muy bien para intensificar la sensación de desesperación. Es importante resaltar la capacidad del director para emplear la iluminación y la sombra, creando una sensación de opresión y vulnerabilidad que complementa perfectamente la amenaza física que se avecina. No se trata de un terror fácil y superficial; se construye lentamente, alimentándose del miedo a lo desconocido y de la impotencia de los personajes.

El reparto juvenil está, en su mayoría, convincente. Aunque algunos de los personajes son un tanto estereotipados (el chico duro, la chica ingeniosa, el novato nervioso), cada uno aporta una pieza al rompecabezas de la supervivencia. Destaca particularmente la actuación de Jake Matthews, quien encarna la desesperación y el ingenio de un joven obligado a tomar decisiones imposibles. Su evolución a lo largo de la película es palpable, y es precisamente esa transformación la que convierte la experiencia en algo más impactante que un simple enfrentamiento con una bestia. Si bien no se trata de actuaciones de leyendas del cine, son lo suficientemente sólidas como para que te preocupes por su destino.

El guion, aunque tiene algunos momentos de exposiciones un tanto forzadas, se centra en la lógica de la situación y en las decisiones que los personajes deben tomar. La película evita recurrir a clichés del género, presentando un ataque de tiburón blanco no como un evento espectacular y grandilocuente, sino como una amenaza constante y gradual. Se hace un buen trabajo en mostrar el impacto psicológico del evento en los personajes, cómo la desesperación, el miedo y la pérdida de esperanza pueden afectar al juicio y a la capacidad de tomar decisiones. La idea de que la supervivencia depende del ingenio y de la colaboración entre los miembros del grupo, más que de la fuerza bruta, es un punto a favor. Sin embargo, hay ciertos diálogos que podrían ser más contundentes y que, en algunos momentos, son un tanto predecibles.

En definitiva, “Tiburón blanco” es una película de terror marino disfrutable, con una dirección efectiva, actuaciones decentes y una atmósfera opresiva que te acompañará incluso después de salir del cine. No es la obra maestra del género, pero sí una experiencia cinematográfica que merece la pena ser vista si buscas una película de tensión y supervivencia con un enfoque realista.

Nota: 7/10