“To Leslie” no es una película que te conquista desde el primer momento; se cuela en tu conciencia como un eco persistente de decisiones equivocadas y consecuencias inevitables. Esta historia, basada en hechos reales, es un estudio de personaje profundamente conmovedor y, en definitiva, una meditación sobre la redención, la familia y el impacto devastador de la adicción. La película, dirigida con sensibilidad por Michael Showalter, no se aferra a clichés ni a sentimentalismos fáciles. Su fuerza reside en la sutil pero poderosa representación de la lucha interna de Leslie (portada magistralmente por Andrea Riseborough), una mujer que ha perdido la noción del tiempo y del valor. Riseborough es, sin duda, la joya de la corona; su interpretación es impecable, capturando la desesperación, la vergüenza y la melancolía de una mujer que ha destruido su vida y, aún así, conserva una chispa de esperanza que se niega a extinguirse.
La película se centra en el viaje de regreso de Leslie a su hijo, Billy (Kaiju Swanson), un adolescente con problemas de conducta que la había abandonado hacía años. Su encuentro está cargado de tensión, incomodidad y, en última instancia, de un amor incondicional que se manifiesta no en palabras, sino en actos. La dirección de Showalter, usualmente asociada con comedia, se muestra aquí con un control notable, permitiendo que la cámara observe a los personajes desde ángulos inesperados y, a veces, incómodos, lo que intensifica la sensación de vulnerabilidad que se percibe en la protagonista. El ritmo, deliberadamente pausado, permite que el espectador se sumerja en la rutina, la soledad y la desesperación de Leslie, y en la compleja dinámica familiar que la rodea.
El guion, coescrito por Showalter y Shana Ostberg, se basa en una premisa sencilla pero efectiva. Evita dramatismos innecesarios, optando por un enfoque realista y crudo. Si bien la historia puede sentirse a veces lenta, es precisamente esta deliberación la que otorga la mayor profundidad al personaje. Los diálogos son auténticos y matizados, evitando la moralización fácil. Se centra en la comunicación no verbal, en la miradas y en las acciones que hablan más que las palabras. La película no intenta ser un manifiesto contra el juego de lotería; más bien, explora las razones psicológicas que llevan a las personas a autodestruirse, explorando temas como el trauma infantil, la búsqueda de felicidad y el impacto de las relaciones tóxicas. La película, además, ofrece una mirada honesta a la vida rural del oeste de Texas, presentando un paisaje y una cultura que son tanto parte de la historia como un reflejo de la soledad y el aislamiento de la protagonista.
La banda sonora, discreta pero significativa, complementa a la perfección la atmósfera de la película. No intenta dominarla, sino que se integra sutilmente en la narrativa. La película, en general, es un logro cinematográfico: un retrato honesto y conmovedor de una mujer que busca, con valentía y determinación, recuperar el control de su vida. Es una historia que te queda en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar, recordándote la importancia de la familia y la resiliencia humana.
Nota: 8/10