Todos la querían muerta (2000)

“Todos la querían muerta” (All the Way Down), de Hetti Zammit, es una cinta que te atrapa desde el primer momento, no por su grandilocuencia, sino por la atmósfera lúgubre y opresiva que construye. La película no ofrece respuestas fáciles ni dramatismos baratos; en cambio, se sumerge en la desconfianza, la ambición y la insidiosa corrupción que acechan bajo la superficie de un pequeño pueblo rural inglés. La historia, centrada en la muerte de la socialité Mona Dearley, se convierte en el catalizador de un intenso juego de sospechas y mentiras, donde cada personaje es un posible culpable y cada revelación alimenta la paranoia.

La dirección de Zammit es magistral en su manejo de la tensión. Evita el recurso constante a los flashbacks, preferiendo un ritmo deliberado que permite que la historia se desenvuelva lentamente, como una intriga que se teje con paciencia. La paleta de colores, dominada por tonos grises y azules apagados, refuerza la sensación de frialdad y melancolía, mientras que la fotografía de Jasper Wolf es exquisita, capturando con detalle los paisajes desoladores y la arquitectura pesada de la región. Se nota un cuidadoso tratamiento de los espacios, que funcionan como reflejo de la propia psicología de los personajes.

El reparto es, en su conjunto, sobresaliente. Maxine Peake, en el papel de la comisaria Rash, ofrece una actuación increíblemente sutil y compleja. No es una heroína convencional; es una mujer marcada por sus propias heridas, cínica y atormentada, que se ve obligada a lidiar con las mentiras y las contradicciones de un pueblo que parece estar dispuesto a todo para proteger sus secretos. Las actuaciones de los secundarios, como Luke Norris y Eddie Marsan, también merecen especial mención, ya que logran dotar a cada personaje de una personalidad definida y un trasfondo que lo hacen creíble y, a su vez, sospechoso. No hay un villano obvio; cada uno de los 460 sospechosos parece tener una razón plausible para ocultar la verdad.

El guion, adaptado de la novela homónima de Sophie Masson, es el elemento más fuerte de la película. No se limita a presentar un misterio detectivesco; explora temas más profundos como la hipocresía social, el poder del rumor y la fragilidad de la moralidad. La tensión narrativa reside en la construcción de la sospecha, en la forma en que la película sugiere más de lo que revela. El misterio no se resuelve de manera convencional; la clave está en las pequeñas pistas, en las miradas furtivas y en el lenguaje corporal de los personajes. La película no busca dar respuestas fáciles, sino estimular la reflexión del espectador, invitándolo a cuestionar quién es el verdadero culpable y por qué.

En definitiva, “Todos la querían muerta” es una película inteligente y absorbente que desafía las convenciones del género policial. Es un thriller psicológico que te atrapa con su atmósfera inquietante y sus personajes complejos. No es una película para todos los gustos, pero para aquellos que aprecien las narraciones no lineales y los misterios bien construidos, es una experiencia cinematográfica gratificante.

Nota: 8/10