“Todos los Animales Pequeños” es una película que, a primera vista, parece una comedia negra con un toque de misterio. Sin embargo, tras la superficie divertida se esconde una exploración profunda y perturbadora de la soledad, la pérdida y la fragilidad de la condición humana. La dirección de Taika Waititi es, como suele ser habitual en su filmografía, una mezcla magistral de humor negro y momentos de intensa emotividad, logrando un equilibrio delicado que a veces se ve amenazado, pero que en su mayoría funciona a la perfección.
La película sigue la historia de Bobby, interpretado de manera brillante por Jacob Elordi. Elordi aporta una vulnerabilidad palpable al personaje, transmitiendo la angustia y el aislamiento de un chico que ha sufrido una tragedia y que lucha por encontrar un lugar en el mundo. Su relación con el padrastro, interpretado por Sam Neill, es especialmente inquietante. Neill ofrece un retrato sutil pero escalofriante de un hombre consumido por el poder y la ambición, cuya falta de empatía es, en última instancia, lo que provoca la espiral de desesperación en la que se sume Bobby. La química entre ambos actores es excelente, lo que permite al espectador comprender la dinámica de un vínculo tóxico de forma muy eficaz.
El guion, aunque aparentemente simple en su premisa inicial, se adentra en temas mucho más complejos. La película se beneficia de un ritmo pausado y de una atmósfera onírica que amplifica el sentimiento de desasosiego. Los diálogos son afilados y con un toque de ironía, pero también revelan las profundidades de los personajes. La película utiliza la metáfora de los animales pequeños para representar la insignificancia de la vida y la indiferencia del mundo hacia el sufrimiento individual. Este simbolismo, aunque presente, no resulta excesivamente forzado, y se integra fluidamente en la narrativa.
El diseño de producción es otro punto fuerte de la película. La campiña inglesa, con sus paisajes desolados y sus casas de campo victorianas, crea un entorno que complementa a la perfección la atmósfera melancólica y misteriosa de la historia. Los pequeños detalles, como los animales que aparecen y desaparecen sin previo aviso, contribuyen a generar una sensación de irrealidad y a reforzar el mensaje central de la película. La banda sonora, minimalista pero evocadora, refuerza aún más esta atmósfera.
Sin embargo, la película no está exenta de algunos problemas. A veces, el humor negro puede resultar un poco excesivo, llegando a ser un tanto gratuito. Además, el final, aunque abierto a la interpretación, puede resultar un poco abrupto para algunos espectadores. No obstante, estas pequeñas fallas son fácilmente perdonables en una película que, en su conjunto, es una experiencia cinematográfica poderosa y memorable. “Todos los Animales Pequeños” es una película que te hace pensar, te hace sentir y te deja con un sabor agridulce en la boca.
Nota: 8/10