Todos queremos algo (2016)

“Todos queremos algo” es un ejercicio de nostalgia vibrante, un homenaje de espíritu libre a la época dorada del rock, la cultura pop y la aparente despreocupación adolescente de los años ochenta. La película, dirigida con una sensibilidad cuidada por Richard Linklater, no busca reinventar la rueda, sino abrazar el espíritu hedonista y la melancólica conciencia de la transitoriedad de la juventud que ya hemos visto con tanta maestría en “Dazed and Confused”. El director vuelve a un formato de filmación en “chronological order”, es decir, filmada en el orden cronológico de los acontecimientos, lo que le confiere un ritmo natural y permite al espectador sumergirse completamente en la vida de estos jóvenes.

El guion, coescrito por Linklater y Brock Boeve, está construido alrededor de un grupo de chicos, liderados por Jake, un joven con un aire rebelde y un deseo palpable de disfrutar al máximo sus últimos días de libertad antes de la universidad. La película captura con precisión el lenguaje, la música y la actitud de esa época, y las conversaciones, aunque a veces un poco largas y lentas, son auténticas y reveladoras de la forma en que esos jóvenes percibían el mundo. No se trata de una narrativa compleja; el foco está en los momentos cotidianos, en las pequeñas amistades, los desafíos sociales, el primer amor y la incertidumbre que acecha sobre el futuro. A veces, la lentitud del guion puede ser percibida como un defecto, pero en realidad es una de las claves para crear la atmósfera particular que la película busca transmitir.

Las actuaciones son, en general, sólidas. Matthew McConaughey, en un papel que le sienta de maravilla, aporta una mezcla perfecta de encanto, vulnerabilidad y desafío. Se le permite mostrar un lado más íntimo y reflexivo de su personaje, a menudo a través de miradas y silencios. El resto del reparto –Micah Fowler, Riley Duke, Nash Timinsky, Kerris Ann Hay – logra darle vida a sus personajes con autenticidad, transmitiendo la energía y la torpeza de la juventud. Particularmente notable es la química entre McConaughey y Kerris Ann Hay, cuyo personaje, Stephanie, aporta un toque de rebeldía y complejidad al grupo. La película no glorifica la excesiva indulgencia juvenil, sino que muestra las consecuencias, aunque sean sutiles, de tomar decisiones impulsivas.

Sin embargo, “Todos queremos algo” no es una obra maestra. Es una película agradable, que te transporta a otra época, pero carece de una profundidad emocional que la haga memorable a largo plazo. Algunos diálogos son un poco forzados y la trama, aunque efectiva, es predecible. No obstante, la dirección de Linklater, el ambiente cuidadosamente recreado y la presencia carismática de McConaughey son suficientes para convertirla en una experiencia cinematográfica recomendable para los amantes de la cultura pop de los ochenta. Es un respiro, un viaje al pasado con un punto de añoranza genuina.

Nota: 7/10