Transylmania (2009)

“Transilmania” es, en esencia, una carta de amor a las películas de vampiros clásicas, y aunque logra captar parte del espíritu de las entregas de Hammer Horror y la atmósfera lúgubre de las obras de Coppola, termina siendo una experiencia algo decepcionante. La película, dirigida por Ben Van Clutter, intenta emular la grandilocuencia de “Drácula” pero carece de la profundidad y el matiz que hizo a la obra original un clásico perdurable. El resultado es un ejercicio de estilo que, en ocasiones, se siente pretencioso y, en otras, simplemente plano.

La historia, centrada en un grupo de estudiantes universitarios que visitan una misteriosa universidad situada en un antiguo castillo rumano, se construye sobre una premisa interesante: la búsqueda de un legendario vampiro, Vlad, que intenta recuperar una caja de música que contiene el alma de su amada. La trama, aunque con elementos de terror, está más enfocada en el romance y el drama, lo que diluye el impacto de las escenas de persecución y, a veces, se siente forzado. El guion, en general, es sólido en su base, pero su ejecución presenta algunos problemas. Hay momentos de diálogo artificial y expositivo que interrumpen el ritmo, y las subtramas, aunque con potencial, no se desarrollan completamente, dejando algunas preguntas sin respuesta.

La dirección de Ben Van Clutter se caracteriza por una estética visual oscura y opulenta. El castillo rumano, la mansión y las calles empedradas de la ciudad crean un ambiente de pesadilla palpable, especialmente a través del uso de la iluminación y la fotografía. Sin embargo, la dirección carece de una visión particular y se limita a imitar la atmósfera de otros trabajos similares. La banda sonora, aunque efectiva en algunos momentos, es repetitiva y no logra generar el verdadero suspense necesario. La película busca crear una sensación de claustrofobia y melancolía, y en algunos aspectos lo consigue, pero no alcanza la intensidad dramática que se esperaba.

Las actuaciones son variadas. El protagonista, interpretado por Tommaso De Giorgio, ofrece un desempeño correcto, aunque a veces torpe, en el papel de un estudiante curioso y vulnerable. El villano, Vlad, interpretado por Andrei Vasilescu, se ve deslucido por un maquillaje excesivo y una caracterización que, más que intimidante, resulta caricaturesca. Sin embargo, algunos de los secundarios, particularmente aquellos que interpretan a los compañeros de viaje de los protagonistas, ofrecen momentos de carisma y humor que aligeran el tono general de la película. El peso del drama recae, en última instancia, sobre la relación entre el protagonista y una joven erudita, interpretada con una cautela que, en mi opinión, no logra transmitir la pasión que la historia sugiere.

En definitiva, “Transilmania” es una película que aspira a ser un homenaje a las películas de vampiros clásicas, pero que, en la práctica, resulta ser un ejercicio de estilo desprovisto de una verdadera originalidad. Aunque visualmente atractiva y con algunos momentos de tensión, carece de la profundidad y el impacto emocional necesarios para dejar una impresión duradera. Es un entretenimiento ligero, pero no es nada más.

Nota: 5/10