“Trapecio” (2023) es una película que, a primera vista, podría parecer un cliché de melodrama circense, pero en realidad, consigue ser mucho más que eso: una historia sobre ambición, sacrificio y la búsqueda de la identidad. El director, Mike Kelly, no opta por la grandilocuencia visual habitual en este género, sino que se centra en la introspección de sus personajes, construyendo una atmósfera densa y melancólica que se siente palpable a lo largo de las casi dos horas de duración. La película se siente como una película de época, aunque no sea explícitamente ambientada en el pasado; la estética, el vestuario y la música evocan un ambiente de principios del siglo XX, y eso es, en gran medida, su fortaleza.
El guion, firmado por Mike Kelly y John Primes, es la columna vertebral de la película. No rehúye la complejidad de las relaciones entre sus personajes. La tensión entre Tino, el ex trapecista atormentado por sus errores, Lola, la atractiva y despiadada artista que busca el éxito a cualquier precio, y el legendario Orsini, el padre de Tino, se siente orgánica y constante. La película explora la dualidad del arte: por un lado, la belleza y la emoción del trapecio, por otro, la brutalidad y el peligro que lo rodean. Este contraste, sutil pero efectivo, permite a la película profundizar en la naturaleza humana y las consecuencias de nuestras decisiones.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Jake Gyllenhaal se muestra como un Tino excepcionalmente complejo. Su interpretación es sutil, contenida, pero transmite la frustración, la culpa y el deseo de redención del personaje. Gyllenhaal aporta una vulnerabilidad que no es evidente a simple vista, y es precisamente esa cualidad la que lo convierte en un Tino creíble y atractivo. Madelyn Cline, en el papel de Lola, ofrece una interpretación igualmente interesante. A pesar de que el personaje es, en gran medida, negativo, Cline consigue capturar su ambición y su falta de escrúpulos con una contundencia que hace que el espectador sienta genuina antipatía por ella. El resto del reparto cumple con creces, aportando un valor añadido a la historia. Sin embargo, la presencia de un Orsini envejecido pero aún imponente, interpretado por un Burt Reynolds rejuvenecido a través del maquillaje, se siente algo fuera de lugar, casi un añadido que no encaja completamente con el tono general de la película.
La dirección de Kelly es impecable. La cinematografía de Lauren York es hermosa, empleando la luz y la sombra para crear atmósferas inquietantes y, a la vez, evocadoras. La banda sonora, compuesta por Max Richter, refuerza la atmósfera melancólica y contribuye a la inmersión del espectador en la historia. Es una película que no se centra en la espectacularidad del trapecio en sí, sino en el drama humano que se esconde tras el espectáculo. Se trata de una película que invita a la reflexión sobre el precio del éxito, la importancia del legado y la búsqueda de la autenticidad.
Nota: 7.5/10