“Trece días” (Thirteen Days) no es una película que busca glorificar la Guerra Fría ni reducirla a un mero relato de tensión. Más bien, se erige como una intrincada disección de la diplomacia en crisis, un análisis claustrofóbico y visceral de las decisiones cruciales que separaron el mundo de la aniquilación nuclear. La película, dirigida con precisión por Barry Levinson, no se centra en héroes idealizados, sino en la lucha real de un equipo de consejeros presidenciales para encontrar una salida a la apremiante situación de la crisis de los misiles cubanos. La película se centra en la presión constante, la paranoia y la necesidad imperiosa de mantener la calma en un ambiente de creciente efervescencia.
La dirección de Levinson es magistral. Crea una atmósfera de tensión palpable desde los primeros minutos y la mantiene hasta el final. Los planos cerrados en el Pentágono, el movimiento constante de las notas manuscritas, la iluminación sombría y el sonido envolvente, todo contribuye a transmitir la sensación de estar atrapado en la sala de crisis, compartiendo la angustia de los personajes. No se limita a mostrar; la cámara nos sumerge en el proceso de toma de decisiones, mostrándonos el debate, la confrontación y la incertidumbre que caracterizaron a esos trece días fatídicos.
El elenco es excepcional. Kevin Costner, como el presidente Kennedy, ofrece una interpretación sutil pero poderosa, capturando la complejidad de un hombre en el centro de la tormenta, tratando de equilibrar la necesidad de proteger a su país con la responsabilidad de evitar una guerra total. Michael Caine como Dean Rusk, el secretario de Estado, brilla con una amabilidad pragmática que contrasta con el fervor ideológico de otros miembros del equipo. Jackie Battle, como el presidente del Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional, aporta una intensidad desmesurada, alimentando la tensión de la trama. Las actuaciones son creíbles y aportan profundidad a las figuras que conforman el círculo más íntimo de Kennedy.
El guion, adaptado de los memorias de los principales consejeros de Kennedy, es lo más destacable de la película. No se simplifica ni romantiza la situación. Muestra las divergencias de opinión, las estrategias contrapuestas y las implicaciones morales de cada decisión. La película se adentra en los detalles del proceso diplomático, ilustrando cómo se negocia, se negocia mal y, finalmente, se encuentra una solución poco ortodoxa. El diálogo es inteligente, realista y contribuye a establecer la verosimilitud de los acontecimientos. El guion demuestra un profundo conocimiento de la época, evitando clichés y presentando un relato bien documentado que respeta la complejidad de la situación.
Si bien “Trece días” no es una película de acción explosiva, su valor reside en su capacidad para transportar al espectador al corazón de una de las crisis más peligrosas de la historia. Es una película que invita a la reflexión sobre la fragilidad de la paz, el poder de la diplomacia y la importancia de la responsabilidad en los momentos críticos.
Nota: 8/10