“Tres formas de amar” (2003) es, en esencia, una comedia romántica inteligente y, lo que es más importante, sorprendentemente humana. Más allá de la premisa inicial – una simple confusión informática que resulta en una cohabitación forzada entre tres jóvenes – la película se convierte en una exploración sutil y delicada de la amistad, el deseo y la vulnerabilidad. La dirección de Richard LaGravité es notablemente discreta, evitando melodramas baratos y abrazando un estilo que permite que la historia florezca de manera orgánica.
La película se distingue por su enfoque en el desarrollo de personajes. No se trata de un amor imposible, sino de relaciones en evolución, marcadas por la incomodidad, la confusión y, finalmente, por el crecimiento mutuo. La dinámica entre Alex, Eddy y Stuart es palpable desde el principio, y LaGravité maneja con maestría las tensiones y la creciente amistad entre ellos. Las conversaciones, a menudo casuales y aparentemente triviales, revelan gradualmente la profundidad de sus sentimientos y la complejidad de sus deseos. La película se atreve a mostrar la belleza de la normalidad, a celebrar las pequeñas alegrías de la vida y a reconocer que el amor, en sus diversas manifestaciones, a veces se encuentra donde menos lo esperamos.
Las actuaciones son excepcionales. Kirsten Dunst, en el papel de Alex, transmite la ingenuidad, la curiosidad y la vulnerabilidad de su personaje con una naturalidad que es innegable. Su actuación es cautivadora y nos permite conectar con su torpeza y sus inseguridades. Anton Yelchin, como Eddy, ofrece una interpretación particularmente brillante. Su personaje, atormentado por su propia sexualidad y su falta de dirección, es increíblemente relatable y genera una profunda empatía en el espectador. También merece una mención especial Heath Ledger, en su papel debutante, que aporta una intensidad y una sensibilidad que rápidamente lo consagran como uno de los actores más prometedores de su generación. Su interpretación de Stuart es sutilmente poderosa y transmite la frustración, el anhelo y la incomodidad con que lidia con sus sentimientos no expresados.
El guion, adaptado de la novela de Ira Levin, es sorprendentemente moderno y evita los clichés del género romántico. La película se centra en el proceso de autodescubrimiento y en la importancia de la comunicación, aunque no siempre verbal. La película no ofrece respuestas fáciles ni soluciones simplistas; en lugar de eso, presenta a los personajes enfrentando sus propias limitaciones y aprendiendo a aceptarse a sí mismos y a los demás. La historia no es sobre encontrar “el amor verdadero” en un sentido tradicional, sino sobre construir relaciones significativas basadas en el respeto, la comprensión y la aceptación.
En definitiva, “Tres formas de amar” es una película agridulce, un romance con sabor a melancolía y un retrato honesto de la juventud y las dificultades de la comunicación. Es una comedia romántica que te hace reflexionar sobre tus propias relaciones y sobre cómo te enfrentas a la incertidumbre y a la complejidad de la vida.
Nota: 8.5/10
