“Tristram Shandy: A Cock and Bull Story” es, en esencia, un experimento cinematográfico que toma como punto de partida la novela homónima de Laurence Sterne y la lanza a la pantalla con una audacia que, en ocasiones, resulta tanto admirable como exasperante. La película, dirigida por Jim McCarthy, se atreve a desmantelar la narrativa tradicional, centrándose en la voz de Tristram Shandy, interpretado magistralmente por lanky Rhys Ifans, pero no simplemente como el narrador, sino como el testigo de su propia gestación y los recuerdos de su infancia desde perspectivas completamente novedosas: desde el vientre de su madre, pasando por los criados del granero y hasta la mente de sus padres mientras intentan concebirlo. Esta elección inicial es fascinante y plantea preguntas sobre la naturaleza de la memoria, la subjetividad y la construcción de la identidad.
El guion, adaptado de la obra original, es una colcha de retazos, una sucesión de episodios fragmentados y digresiones que, como la novela, desafía la lógica cronológica. McCarthy no se preocupa por ofrecer una historia lineal y fluida. En cambio, se sumerge en los pensamientos inconexos de Tristram, sus obsesiones, sus dudas y sus anécdotas aparentemente triviales. A pesar de la dificultad inherente a esta tarea, el guion logra, en muchos momentos, evocar la sensación de un flujo de conciencia, de un torrente de ideas y recuerdos que se entrelazan y se superponen. Sin embargo, la abundancia de digresiones puede resultar abrumadora y ralentiza el ritmo de la película, llevando a veces a un estado de confusión deliberada que, aunque intencionada, puede frustrar al espectador que busca una experiencia más cinematográfica.
Rhys Ifans, como Tristram Shandy, entrega una actuación memorable. Su presencia en pantalla, tanto física como psicológica, es central para el éxito de la película. Su capacidad para transmitir la torpeza, la inseguridad y la curiosidad infantil de Tristram es excepcional. El resto del reparto, aunque no tiene muchos minutos en pantalla, también cumple con creces, especialmente el actor que interpreta a la madre de Tristram, Patricia Clarkson, cuya interpretación es sutil, inteligente y llena de matices. Los efectos visuales, que son sorprendentemente efectivos para la época y el presupuesto, cumplen su función de ayudar a visualizar los cambios de perspectiva, creando un ambiente onírico y surrealista que complementa a la perfección la naturaleza fragmentada de la narración.
No obstante, “Tristram Shandy: A Cock and Bull Story” no es una película para todos los públicos. Requiere una apertura mental, una disposición a dejarse llevar por la ambigüedad y la falta de convencionalismos. Es una película que se disfruta más en la reflexión posterior a la visualización, una obra que invita a la discusión y a la interpretación. Si bien su complejidad puede ser intimidante, aquellos que estén dispuestos a embarcarse en este viaje cinematográfico experimental serán recompensados con una experiencia original, provocadora y, en última instancia, profundamente conmovedora. Es un homenaje audaz a la literatura y un recordatorio de que el cine, como la literatura, tiene el poder de desafiar las normas y de explorar las profundidades de la condición humana.
Nota: 7/10