“Valor de ley” (High Plains Drifter) no es simplemente un western; es una meditación sobre la soledad, la venganza y la dificultad de discernir entre el bien y el mal en un paisaje desolado y peligroso. Dirigida por Clint Eastwood, la película se erige como una de sus obras maestras tempranas, un ejercicio de maestría en la construcción del suspense y la ambigüedad moral que se mantiene sorprendentemente fresca incluso hoy en día.
Eastwood, tanto en la dirección como en el papel principal, encarna a “El Drifter” (John Wayne) con una intensidad inquietante. La figura del pistolero sin nombre, un hombre marcado por un pasado oscuro y envolto en un aura de misterio, es un cliché del género, pero Eastwood lo transforma en algo mucho más complejo. La actuación de Wayne es imperturbable, irradiando una mezcla de dureza, cansancio y un profundo dolor que se esconde tras la fachada del indiferente. El Drifter no es un villano; es un observador, un ejecutor que opera bajo las leyes de su propia moralidad, que a menudo se encuentra en conflicto con las de los demás. La sutileza con la que Eastwood revela su historia, fragmentada a través de flashbacks y diálogos indirectos, es un triunfo del guion.
La película no se centra en la acción desenfrenada, aunque sí hay algunos tiroteos memorables. El verdadero corazón de “Valor de ley” reside en el desarrollo de la relación entre el Drifter y Mattie Ross (Kim Darby). Esta joven, decidida y valiente, está impulsada por la necesidad de justicia personal, una venganza visceral que la lleva a contratar al hombre más temido de la región. La química entre Darby y Wayne es excelente; Mattie es la incipiente fuerza moral que desafía el pragmatismo del Drifter, y sus interacciones están llenas de tensión y una extraña atracción mutua. La relación evoluciona de manera creíble, pasando de la desconfianza inicial a una especie de respeto y comprensión.
El guion, coescrito por Ennis Stannett y Clint Eastwood, es notable por su ritmo deliberado y su atmósfera opresiva. La película utiliza la escala del paisaje desértico para amplificar la sensación de aislamiento y peligro. Cada escena se construye con cuidado, creando una tensión palpable que se acumula lentamente hasta alcanzar un clímax impactante. La música, minimalista y efectiva, contribuye significativamente a la atmósfera de suspense y melancolía. La dirección de fotografía de Ted Desserac, con sus tonos ocre y amarillentos, evoca la dureza y la aridez del terreno, y la iluminação, a menudo oscura, refuerza la sensación de misterio. El uso del silencio, interrumpido solo por los sonidos del viento y los disparos, es un componente esencial de la narrativa.
En definitiva, "Valor de ley" es una película que se queda con el espectador mucho después de que terminan los créditos. Es una obra maestra del género western, que va más allá de la simple pampa y el duelo a muerte, explorando temas universales sobre la justicia, la venganza y la condición humana. Es un western que exige la atención del espectador, recompensando con una experiencia cinematográfica rica en imágenes impactantes y con una profundidad que la eleva por encima de las convenciones del género.
Nota: 8/10