“Tusk” de Ari Aster es una película que se instala en la mente como un parásito persistente, un experimento sensorial y psicológico que, a pesar de su innegable dificultad, resulta ser una de las experiencias cinematográficas más originales y perturbadoras de los últimos tiempos. No es un thriller de acción, ni una comedia de terror, sino algo mucho más oscuro y complejo, una meditación sobre la identidad, la soledad y el precio de la búsqueda del "otro" dentro de nosotros mismos. La película, aunque extraña y a menudo desconcertante, logra un equilibrio inquietante entre lo grotesco y lo surrealista, desafiando las expectativas del espectador en cada giro argumental.
La premisa, como se indica, es peculiar: un podcaster, Wallace Bryton, interpretado con una intensidad glacial por Michael Parks, se aventura a entrevistar a un ermitaño retirado en una remota zona de Canadá, un hombre que, según la leyenda, fue salvado de la muerte por una morsa. Esta situación inicial se convierte rápidamente en una pesadilla, pues la ambición de Wallace de documentar y “explotar” la historia de Howe (Justin Karol) culmina con su secuestro y su transformación en un experimento macabro. Parks ofrece una actuación magistral, transmitiendo con maestría el delirio y la creciente desesperación de su personaje. Su mirada, su lenguaje corporal, todo contribuye a crear un aura de vulnerabilidad y locura que es absolutamente convincente. La actuación de Karol, a pesar de las circunstancias extremas, también es notable, atrapado en un juego que va más allá de su control.
Aster despliega una dirección impecable, creando una atmósfera de opresión y paranoia palpable. El uso del paisaje canadiense, desolado y vasto, se convierte en un personaje más, intensificando la sensación de aislamiento y amenaza. La fotografía, con su paleta de colores apagados y sus encuadres inquietantes, refuerza esta atmósfera. El guion, aunque a menudo lento y contemplativo, es la columna vertebral de la película. No rehúye la incomodidad, presentando situaciones y diálogos que son a la vez perturbadores y profundamente humanos, explorando temas como la soledad existencial, la obsesión con la fama y el deseo de trascender los límites de la propia identidad. La construcción gradual de la narrativa, con sus frecuentes desvíos y sus revelaciones impactantes, es un logro considerable. Sin embargo, hay que reconocer que la película no es para todos los gustos; su ritmo pausado y su contenido explícito pueden resultar abrumadores para algunos espectadores.
Lo que realmente distingue a “Tusk” es su ambición. Aster no busca simplemente asustar; busca provocar, cuestionar, y generar un debate sobre la naturaleza humana. La película, con sus imágenes impactantes y sus temas subyacentes, persiste en la memoria mucho después de que los créditos finales se hayan desplegado. No es una película fácil, pero es una experiencia cinematográfica que merece ser contemplada, analizada y recordada. Se trata de una obra de arte perturbadora que, sin duda, pertenece al canon del cine de terror experimental.
Nota: 7/10