Un americano en París (1951)

“Un americano en París” es un melodrama musical que, en lugar de romper esquemas, se aferra a la nostalgia y a la idealización de una época. La película, aunque no revolucionaria, ofrece un viaje visualmente encantador a la París de posguerra, un refugio de arte y esperanza después de los horrores de la guerra. Gene Kelly, en un papel que le sienta como la copa de un roble, entrega una actuación memorable que equilibra la melancolía con la exuberancia del personaje de Jerry Mulligan. Su danza, coreografiada magistralmente por Bob Fosse (en su debut en la dirección de baile), no es simplemente entretenimiento, sino que transmite una profunda carga emocional y un anhelo por la conexión humana.

La película se centra en la búsqueda de Jerry Mulligan, un artista atormentado que, incapaz de volver a Estados Unidos, se establece en París buscando desesperadamente reconocimiento. La dirección de Vincente Minnelli, aunque a veces previsible, se beneficia de la habilidad para construir escenas visuales que evocan la atmósfera bohemia y el espíritu artístico de la ciudad. El uso del color, especialmente en las escenas nocturnas, es exquisito y contribuye a crear un ambiente tanto mágico como triste. No obstante, la narrativa principal, centrada en la trama romántica, a veces resulta un tanto lenta y maniquea. La elección de la mujer adinerada para promocionar a Jerry Mulligan, aunque efectiva en términos de avance argumental, siente un aire de artificio que resta profundidad al desarrollo del personaje.

La relación entre Jerry y Elise Devier (Nina Simone), la dependienta de una librería, es el corazón emocional de la película. La química entre Simone y Kelly es palpable, y sus duetos musicales, aunque no siempre memorables, transmiten una sensación de vulnerabilidad y esperanza. La película no explora las complejidades de la relación de forma tan profunda como podría haberlo hecho; se permite, en gran medida, una resolución romántica bastante convencional, priorizando el final feliz sobre la exploración de las dificultades inherentes a una relación marcada por diferencias socioeconómicas. El guion, por lo tanto, se centra en la idealización de la conexión, en lugar de en la confrontación con la realidad.

A pesar de estas limitaciones, "Un americano en París" posee una belleza sutil y un encanto perdurable. La película se beneficia enormemente de la banda sonora, compuesta por Michel Legrand, que captura la esencia de la época y complementa la narrativa visual. La inclusión de figuras históricas del arte y la cultura parisina de la posguerra añade un toque de autenticidad y enriquecimiento contextual. En última instancia, la película es un homenaje a la creatividad, al arte y al poder transformador del amor, aunque la presentación, en algunos momentos, resulta algo superficial. La dirección de Minnelli logra, sin embargo, construir un universo visualmente impresionante y emocionalmente resonante.

Nota: 7/10