“Un buen partido” es, en su esencia, un drama deportivo con un núcleo emocional que, si bien logra conectar con el espectador, no alcanza la grandeza que su premisa sugiere. La película, dirigida por Charles Meriläinen, se centra en la historia de Frank Busak (Kyle Chandler), un ex jugador de fútbol profesional que, tras un éxito meteórico en Europa, ha optado por una vida tranquila y sencilla en Estados Unidos. Su viaje se torna complejo cuando decide regresar a su ciudad natal para intentar reconciliarse con su difunta esposa y, sobre todo, con su hijo, Danny (Lucas Bryant), un niño introvertido y con problemas para relacionarse con los demás. Frank se ofrece voluntario para entrenar al equipo infantil del cual es el hijo, descubriendo en el proceso un camino para reconstruir su relación y, potencialmente, consigo mismo.
La dirección de Meriläinen es competente, logrando crear una atmósfera melancólica y rural. La fotografía es cuidada, especialmente en la representación de los paisajes de Ohio, aportando una cierta belleza agreste que complementa el estado de ánimo de la película. Sin embargo, la película se siente a veces algo lenta, y la estructura narrativa, aunque intenta construir un arco emocional, no siempre se justifica plenamente. Hay momentos en los que la película se detiene demasiado en descripciones sutiles, relegando la acción dramática a un segundo plano.
El núcleo de la película reside en las actuaciones. Kyle Chandler, como Frank Busak, ofrece una interpretación creíble y profundamente conmovedora. Transmite la angustia de un hombre que ha perdido su lugar en el mundo, la culpa por su ausencia y el deseo sincero de redención. Su personaje es complejo, lleno de contradicciones y vulnerabilidades, lo que permite al espectador conectar con él a un nivel emocional profundo. Lucas Bryant, como Danny, también logra transmitir la timidez y la soledad de un niño que lucha por encontrar su voz. La relación entre ambos personajes, el eje central de la historia, es palpable y auténtica, construida con sutileza pero con una fuerza emotiva considerable.
El guion, escrito por Charles Meriläinen y Jason Keller, presenta algunas fallas. Si bien la premisa es interesante y el potencial para explorar temas como la paternidad, el arrepentimiento y la búsqueda de la identidad está presente, la ejecución carece de un golpe de genio. Los diálogos, en general, son funcionales pero no particularmente memorables, y el desarrollo de algunos personajes secundarios, como la novia de Frank (Kylie Rogers), se siente superficial. Se podría haber profundizado más en las motivaciones de los personajes y en las complejidades de sus relaciones, ofreciendo así una visión más rica y matizada de la historia. El tratamiento del fútbol, aunque relevante para la trama, a veces se siente un tanto simplificado, como un accesorio más que un elemento central de la narrativa.
A pesar de sus defectos, “Un buen partido” es una película reconfortante, que aborda temas universales con sensibilidad. Es un retrato honesto de la lucha por la redención y la importancia de las relaciones familiares. No es una obra maestra cinematográfica, pero sí una película que puede resonar en el espectador, especialmente en aquellos que hayan experimentado la pérdida o la dificultad para conectar con sus seres queridos. Es una historia sencilla pero emotiva, que, en última instancia, celebra el valor del esfuerzo, la perseverancia y la búsqueda de la felicidad.
Nota: 7/10