“Un chico como todos” es una película que se sitúa en un terreno delicado, el de la discriminación de género en el ámbito educativo y profesional, y lo hace con una honestidad y una sensibilidad que, a pesar de algunos tropiezos, la convierten en una experiencia cinematográfica notable. La dirección de Doug Davison es precisa y, en general, efectiva, logrando mantener el espectador comprometido con la historia de Terry, el personaje central interpretado con una fuerza convincente por Olivia Cooke. Cooke no solo se limita a dar vida a la frustración y la determinación de su personaje, sino que también transmite su vulnerabilidad y su creciente conflicto interno, especialmente cuando las cosas empiezan a salir mal.
La película no se adscribe a un melodrama tradicional, aunque sí tiene momentos de intensas emociones. Davison evita caer en clichés, optando por una narrativa realista que, a veces, se siente un poco lenta. Sin embargo, esta lentitud sirve para profundizar en el desarrollo del personaje de Terry, mostrando cómo esta decisión de asumir una identidad masculina afecta a su vida social, su relación con Buddy (interpretado por Jahmil Nichols), y su percepción de sí misma. La relación entre Terry y Buddy es uno de los puntos fuertes de la película; es una amistad sincera y realista, marcada por la complicidad, la lealtad y, por supuesto, una pizca de humor. La comedia, aunque no es el foco principal, se inserta naturalmente en la trama, aliviando la tensión y aportando un contrapunto necesario a la seriedad de la situación.
El guion, adaptado de un relato de Patricia Cornelius, es inteligente y provoca reflexión. No se limita a exponer la injusticia, sino que explora las consecuencias de la discriminación, no solo para Terry, sino también para quienes la rodean. La película plantea preguntas sobre la identidad, la masculinidad, el género y, en última instancia, sobre lo que significa ser “normal”. Es importante destacar que la película no presenta una visión simplista de la situación. Aunque la discriminación es central, también se explora la posibilidad de enamorarse, un elemento que, inicialmente, Terry no quiere contemplar. La complejidad emocional que se genera al descubrir que las cosas no son tan simples es un elemento particularmente bien logrado.
La película no busca ser un manifiesto feminista, sino más bien una exploración humana de la lucha individual contra la desigualdad y la búsqueda de la autenticidad. El tratamiento del tema de la identidad de género es sutil y respetuoso, evitando caer en estereotipos o sensacionalismos. La fotografía, cuidada y con una paleta de colores cálidos, contribuye a la atmósfera melancólica pero esperanzadora de la historia. Aunque la trama principal es centrada en la victoria de Terry en el concurso de literatura, la película sugiere que la verdadera victoria reside en la autoaceptación y en la defensa de los propios ideales.
Nota: 7/10