“Jugando con fuego” (Playing with Fire) es una película que, a primera vista, parece una sencilla comedia romántica con elementos de suspenso. Sin embargo, bajo la superficie se revela una exploración sorprendentemente sutil y cautivadora de la lealtad, la infidelidad y el impacto de las decisiones personales. La dirección de Michel Gondry, conocido por su originalidad y su inclinación por lo surrealista, se demuestra aquí en su mejor momento, utilizando técnicas visuales innovadoras para construir una atmósfera inquietante y a la vez elegante.
Gondry no se limita a contar una historia; la construye en imágenes. La película se basa en un concepto central muy inteligente: Mathieu, el protagonista interpretado con notable matiz por Romain Duris, se ve arrastrado por las consecuencias de las acciones de su amigo Vincent. La principal herramienta narrativa es la observación de Mathieu, que, obsesionado con la mujer de Vincent, decide grabar su interacción en secreto, usando una cámara de mano que se mueve de manera casi obsesiva. Esta decisión, y la presentación del material grabado, crea una sensación de incomodidad constante, una sensación de que algo está terriblemente mal, incluso antes de que la trama avance. La cámara, como un testigo silencioso, nos expone a la fragilidad de la percepción, a la subjetividad de la realidad.
La actuación de Duris es fundamental. Lejos de caer en la melodramática exageración, Duris ofrece una interpretación realista y compleja. Podemos ver la frustración, la confusión y el dilema moral de Mathieu. Es un personaje que lucha contra sus propios impulsos y contra las consecuencias de sus actos. La química entre Duris y la joven actriz que interpreta a la amante de Vincent, Léa Seydoux, es palpable, aunque no se basa en un romance convencional. En lugar de pasión, se observa un juego de seducción, de miradas furtivas, de una atracción basada más en la curiosidad y el deseo de comprender al otro.
El guion, adaptado de un cortometraje de Gondry, es inteligente y deliberadamente ambiguo. Nunca nos dice si Mathieu es culpable o inocente, si sus acciones son justificables. Se centra en el impacto emocional de sus decisiones y en las consecuencias que estos provocan. La película no busca ofrecer respuestas fáciles, sino más bien, desafía al espectador a reflexionar sobre la moralidad y la naturaleza humana. La tensión se construye gradualmente, manteniendo al espectador en vilo hasta el final, donde se revelan las verdaderas motivaciones de los personajes. La ambigüedad es la fuerza principal de la película, y lo que la distingue de la mayoría de las comedias románticas.
Aunque la premisa podría parecer un poco predecible, “Jugando con fuego” es una película que sorprende por su originalidad y su inteligencia. Es un estudio de personajes fascinante, con una dirección impecable y una ambigüedad que invita a la reflexión. Una película que se queda con el espectador mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.
Nota: 8/10