“Un día más con vida” no es una película que se disfruta, al menos no en el sentido tradicional. Es una experiencia, una inmersión en la brutalidad y la deshumanización de la guerra, narrada a través de la lente de la mirada agria y desolada de Ryszard Kapuściński. La película, basada en sus memorias, no busca ofrecer un espectáculo heroico ni glorificar el heroísmo; en cambio, nos presenta la guerra como un agujero negro que consume a todo aquel que se atreve a acercarse. Kapuściński, interpretado con una intensidad silenciosa y magnética por Daniel Brühl, se convierte en la personificación de esta impotencia. Él no lucha, no mata, no participa directamente en los conflictos, pero su mera presencia, su observación implacable, revela la crueldad inherente a la situación.
La dirección de Wojciech Smarzowski es precisa y austera, evitando concesiones a la espectacularidad. La fotografía de Tomasz Jankowski, con sus tonalidades grises y sórdidas, es fundamental para transmitir la atmósfera opresiva del lugar. Cada plano es deliberado, cada encuadre cargado de simbolismo. Se abandona el movimiento rápido y la música grandilocuente para centrarse en la voz del protagonista, en su introspección. Se respira la polvareda, el hedor de la muerte, el silencio sepulcral de las aldeas abandonadas. La película no se contenta con mostrar la guerra; se esfuerza por capturar su esencia, su impacto en el alma humana.
El guion, adaptado de las memorias del periodista, se centra en la lenta y gradual desintegración de Kapuściński. No es una historia de acción, sino una reflexión sobre la condición humana frente a la barbarie. El personaje de Brühl evoluciona gradualmente, pasando de ser un reportero hambriento de historias a un hombre devastado por la experiencia, un hombre que ha perdido fe en la humanidad y en la posibilidad de escapar de esa espiral de violencia. Sus interacciones con los angolanos – a menudo marginados y despojados de su identidad – son breves, pero reveladoras. La película, sin embargo, no cae en la explotación de la pobreza o el sufrimiento; la mirada de Kapuściński siempre está atenta a las pequeñas humanidades que se resisten a ser consumidas. La ausencia de una banda sonora prominente es deliberada, acentuando la sensación de aislamiento y la cruda realidad.
La película no es fácil de ver, y no pretende serlo. Pero su honestidad brutal y su profunda reflexión sobre la guerra y la condición humana son un testimonio de la capacidad del cine para confrontar las verdades más incómodas. “Un día más con vida” es una experiencia cinematográfica que perdura mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar, una película que nos obliga a reflexionar sobre nuestro papel en el mundo y sobre la fragilidad de la vida. Es un recordatorio, quizás, de que a veces, la mejor manera de luchar contra la guerra no es con armas, sino con la mirada atenta.
Nota: 8/10