Un día perfecto (2015)

“Un día perfecto” no es una película de acción ni de explosiones, a pesar de que, en cierta medida, la guerra y sus cicatrices sean omnipresentes en su escenario bosnio. Es, en cambio, una meditación sobre la dificultad inherente a la reparación, tanto física como emocional, de un lugar roto. Dirigida con una sensibilidad casi poética por Milos Kuršić, la película se sumerge en la rutina y la burocracia de un equipo internacional que intenta implementar un proyecto de riego en una pequeña aldea, durante un periodo de transición después de la guerra bosnia. El enfoque no está en los héroes, sino en los pequeños, casi insignificantes, momentos de interacción que revelan la complejidad de la situación.

La dirección de Kuršić es magistral en su lentitud deliberada. El ritmo no se apura; permite que la cámara observe, que se concentre en los gestos, las miradas, los silencios. La belleza del paisaje bosnio, salpicado de recuerdos de conflicto, se convierte en un contraste poderoso con la monotonía de la tarea del equipo. El uso de planos largos y la fotografía naturalista construyen una atmósfera de incomodidad, casi claustrofóbica, que refleja la tensión subyacente en la aldea. La película logra transmitir la sensación de un día cualquiera, interrumpido por la sombra de la guerra, donde la frustración se acumula en cada paso torpe de la burocracia y en cada obstáculo planteado por los habitantes locales.

Las actuaciones son sobresalientes. El actor bosnio Mario Štrbac, como Ivan, el líder del equipo, ofrece una interpretación sutil y conmovedora. Su personaje no es un gestor o un diplomático, sino un hombre atrapado en el proceso, que lucha con su propia impotencia y con la sensación de no poder cambiar la realidad. La química entre Štrbac y el resto del equipo, interpretado por un elenco variado y talentoso, es palpable. Los pequeños momentos de camaradería, a menudo marcados por la incomodidad y la frustración, revelan las profundas grietas y vulnerabilidades que se esconden bajo la superficie de la profesionalidad. En particular, la relación entre Ivan y una joven granjera, interpretada por Helena Cirković, es sutil y llena de significado, ofreciendo una esperanza en medio de la desolación.

El guion, co-escrito por Kuršić y Danijel Curković, evita melodramatismos y simplificaciones. La historia no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre la responsabilidad, el compromiso y la dificultad de reconstruir una sociedad después de una guerra. La película se centra en la fricción entre las intenciones del equipo internacional y la realidad local, mostrando cómo las buenas intenciones pueden ser frustradas por la burocracia, las viejas heridas y la incapacidad de comprender completamente las necesidades y perspectivas de los demás. Es una película que te hace reflexionar sobre la importancia del esfuerzo individual y colectivo en la tarea de sanar las heridas del pasado. El final, deliberadamente abierto, deja al espectador con un sentimiento de ambigüedad, recordándonos que el camino hacia la recuperación es un proceso largo y sinuoso.

Nota: 7/10