Un gángster para un milagro (1961)

“Un gángster para un milagro” (2023) no es una película que te golpea desde el primer plano; es un drama criminal que se va tejiendo lentamente, como una red de negocios oscuros y dilemas morales. Dirigida por Jeremiah Zekry, la película se sitúa dentro del subgénero del cine noir, pero con un toque inusual: la comedia humana que emerge de la desesperación y la necesidad. Zekry logra, en gran medida, un equilibrio entre la tensión de la época y la inesperada ligereza que impregna la narrativa. El resultado es, a menudo, sorprendente y, debo admitir, bastante divertido, aunque no en el sentido más ligero.

La película se centra en Dave, interpretado con una naturalidad desarmante por Samuel L. Jackson. Jackson aporta al personaje una mezcla perfecta de cinismo, pragmatismo y vulnerabilidad. Su Dave es un hombre curtido por la calle, que no teme a nadie, pero que, bajo su exterior duro, alberga una preocupación genuina por su familia y sus principios. La evolución de su personaje a lo largo de la historia es uno de los puntos fuertes de la película, mostrando su conflicto interno entre el mundo del crimen y la posibilidad de redención. La química entre Jackson y el actor italiano, Alessandro Nivola, quien encarna al mafioso Vincenzo, es notable. Nivola, en un papel que exige tanto suavidad como amenaza, ofrece una interpretación memorablemente ambivalente.

La historia se complica significativamente con la llegada de Annie (Uma Thurman), la antigua novia de Dave, y su familia. Thurman aporta una elegancia y una sofisticación que contrastan fuertemente con el mundo que la rodea, pero su interpretación está llena de una tristeza subyacente que transmite a la perfección la desesperación de una mujer que busca recuperar el pasado. La presencia de estos aristócratas italianos, interpretados con impecable caricatura, sirve como catalizador para una serie de situaciones cómicas y tensas. El guion, escrito en parte por Zekry y Mark Moran, maneja la comedia con sutileza, evitando caer en la exageración y permitiendo que la ironía resulte orgánica a la trama. Sin embargo, el guion podría haberse beneficiado de un desarrollo más profundo de algunos personajes secundarios, cuya presencia se siente más como relleno que como contribución significativa a la narrativa.

En cuanto a la dirección, Zekry establece un tono visualmente atractivo, utilizando la fotografía en blanco y negro para evocar la atmósfera de la época y creando escenas de acción con un ritmo pausado pero efectivo. La música, aunque discreta, complementa la atmósfera y realza los momentos más emotivos. El uso de la cámara, a menudo enfocada en los rostros de los personajes, permite al espectador conectar con sus emociones y comprender sus motivaciones. Aunque la película no es una obra maestra, ofrece una experiencia cinematográfica interesante y, sorprendentemente, reflexiva, explorando temas como la redención, la familia y la búsqueda de la felicidad en un mundo lleno de sombras. Su mensaje, aunque no explícito, habla de la posibilidad de encontrar la luz incluso en los lugares más oscuros.

Nota: 7/10