“Un hombre, una mujer, un hijo” no es una película que te explote en la cara con drama inmediato, sino que se instala sutilmente en tu interior, como una melancolía persistente. Dirigida por Jean-Pierre Melville, un maestro de la narrativa visual francesa, la película se centra en la transformación de un hombre, interpretado magistralmente por Alain Delon, tras el repentino fallecimiento de su amante y la posterior adopción de su hijo. Melville, con su habitual elegancia estilística, construye una atmósfera de introspección y desasosiego, lejos de la sentimentalidad fácil que a veces acompaña este tipo de historias.
El guion, aunque aparentemente sencillo en su premisa, es el verdadero corazón de la película. No se centra en las peripecias románticas de la relación original, sino en el proceso de adaptación del protagonista a su nueva realidad. Delon ofrece una actuación de una intensidad contenida, transmitiendo a través de miradas y gestos la confusión, la frustración y, finalmente, el amor paternal que gradualmente surge. Su personaje, un hombre acostumbrado al control y al placer, se ve forzado a confrontar su propia vulnerabilidad y a asumir un rol que no había previsto. La película, de manera inteligente, sugiere que el amor verdadero no se busca, sino que se encuentra a través de la responsabilidad y el sacrificio.
La película, visualmente impecable, es una obra maestra de la composición y la iluminación, un sello distintivo de Melville. Los planos son precisos, las sombras sugerentes, y la paleta de colores, predominantemente grises y negros, refleja la sombría naturaleza de la historia. La fotografía de Letty d’Orbaix-Golvin contribuye a crear un ambiente de opresión silenciosa, donde cada detalle visual habla por sí solo. Sin embargo, es importante destacar que la película se mueve con un ritmo pausado, deliberadamente lento, que puede resultar tedioso para algunos espectadores. No es una película para quienes buscan acción o momentos de gran emoción explosiva.
La interpretación de la mujer fallecida, interpretada por la inigualable Anna Karina, es fundamental para entender la profundidad del drama. Aunque no aparece físicamente en la película, su presencia se siente constantemente a través de los recuerdos del protagonista y de las fotografías que él conserva. Es la memoria de un amor intenso y breve que marca para siempre el camino del protagonista, generando un profundo sentimiento de pérdida y la necesidad de proteger al hijo que representa un vínculo con ella. La ausencia de Karina no es una debilidad, sino una estrategia narrativa que refuerza el misterio y la melancolía que envuelven la película.
En definitiva, "Un hombre, una mujer, un hijo" es una película contemplativa y reflexiva, que invita a la meditación sobre el amor, la pérdida y la paternidad. No es una historia fácil de digerir, pero su belleza reside precisamente en su sutileza y en su capacidad para tocar el corazón de manera discreta e inolvidable. Es una joya del cine francés que merece ser descubierta y apreciada.
Nota: 8/10