“Un instante, una vida” es una película agridulce y profundamente conmovedora, un ejercicio de sutileza narrativa que, aunque no es un bombazo de acción o drama, se instala en la memoria por su honestidad brutal y la delicada actuación de Al Pacino. Dirigida con maestría por Alan J. Pakula, la película no intenta crear un héroe o un villano, sino que nos presenta a Bobby Deerfield, un piloto de carreras de clase mundial, un hombre que se ha construido una vida de éxito y control, pero que es incapaz de afrontar las consecuencias de sus decisiones. Esta fragilidad interna es lo que hace que la película sea tan resonante.
Pacino ofrece una interpretación magistral. La calma aparentemente imperturbable de Bobby, su capacidad para mantener una fachada de perfección, es en realidad una máscara que oculta un dolor profundo y un miedo paralizante a la vulnerabilidad. No es un hombre que se deja llevar por las emociones, sino que las reprime, y ese conflicto interno es palpable en cada escena. Su mirada, a menudo distante y melancólica, es el eje central de su personaje. La dirección de Pakula explota esta característica, utilizando planos largos y silencios que permiten al espectador absorber el peso de las palabras que no se dicen y de las acciones que se evitan.
El guion, adaptado de la obra teatral homónima, se centra en la relación entre Bobby y Lydia, una joven y dulce seguidora suya. Esta relación, a priori, podría parecer superficial, pero se construye con una delicadeza sorprendente. La película no nos juzga a ninguno de los dos personajes, sino que nos muestra sus motivaciones, sus miedos y sus anhelos. La química entre Pacino y la joven actriz, Jill Hennessy, es innegable, y su interacción, aunque breve, es un punto culminante de la película. La historia no es sobre el romance en sí, sino sobre el deseo humano de conexión, de ser visto y reconocido, incluso en el apogeo del fracaso.
La película no se aferra a melodramas fáciles. No hay grandes explosiones o diálogos artificiosos. Su fuerza reside en la ambigüedad, en la sensación de que todo lo que ocurre es inevitable, un predeterminado camino de vidas entrelazadas. La música, discreta pero efectiva, contribuye a crear una atmósfera de melancolía y nostalgia. “Un instante, una vida” es una meditación sobre el tiempo, el arrepentimiento, y la inevitabilidad del cambio. Se nos recuerda que, a pesar de nuestros esfuerzos por controlar nuestras vidas, a veces solo podemos esperar que cada instante, cada encuentro, nos permita a nosotros y a los demás, vivir plenamente.
Nota: 8/10