Un ladrón siempre es un ladrón (1991)

“Un ladrón siempre es un ladrón” (1981) es una joya poco apreciada del cine de Hong Kong, una película que trasciende la simple comedia criminal para ofrecer una reflexión sobre la familia, la lealtad y el precio del éxito. La película, dirigida con un pulso vibrante por Peter Chan, no se conforma con la acción explosiva, aunque esta está presente y muy bien coreografiada, sino que se adentra en las complejidades emocionales de sus personajes, creando una experiencia cinematográfica notablemente más rica.

Chow Yun-fat brilla en el papel de Li Wei, el ladrón experimentado y aparentemente frío. Sin embargo, su fachada se desmorona lentamente a medida que se ve obligado a asumir el papel de tutor de tres niños huérfanos. Yun-fat entrega una actuación matizada, capaz de transmitir tanto la dureza de un criminal profesional como la creciente ternura y preocupación por estos jóvenes. Su interpretación es la columna vertebral de la película, aportando un equilibrio entre humor y drama. Phillip Chung-Fung Kwok, en el papel del niño más joven, aporta una inocencia contagiosa que contrasta con la realidad del entorno en el que se mueve. La química entre los dos actores es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película.

El guion, adaptado de la novela de Patrick Chan, es inteligente y sorprendentemente sutil. No se basa únicamente en la acción, sino que explora las motivaciones de los personajes y las consecuencias de sus acciones. La trama, aunque aparentemente sencilla, presenta giros inesperados que mantienen al espectador enganchado. La película no romantiza el mundo del crimen; lo muestra como un lugar peligroso y cruel, donde la deslealtad y el engaño son la norma. La dirección de Peter Chan es impecable, utilizando planos dinámicos y secuencias de acción coreografiadas con maestría. La cinematografía, con una paleta de colores vibrantes y una iluminación cuidada, contribuye a crear una atmósfera única que transporta al espectador a la bulliciosa Hong Kong de los años 80.

Más allá del entretenimiento puro y duro, “Un ladrón siempre es un ladrón” plantea preguntas importantes sobre la moralidad y la identidad. ¿Hasta qué punto un criminal puede justificarse a sí mismo? ¿Es posible encontrar la redención en un mundo donde la lealtad es una mercancía? La película, a pesar de su tono cómico, no evade la crudeza de la realidad, mostrando cómo la necesidad y la desesperación pueden llevar a las personas a tomar decisiones que marcarán sus vidas para siempre. Es una película que, vista hoy en día, sigue resonando con fuerza, ofreciendo un retrato perspicaz del submundo criminal y del poder de la familia, construida no por la sangre, sino por la necesidad y el afecto.

Nota: 8/10