Un lugar llamado Milagro (1988)

“Un Lugar Llamado Milagro” (2019) es una película que te incomoda de una manera que pocas veces experimentas al ver cine. No es una obra de acción desenfrenada, ni un drama romántico convencional. Es, más bien, un puñal certero clavado en la médula de la relación entre la tierra, la gente y el poder. La película de Michael Mann, a pesar de su longevidad y la controversia que ha generado, es una meditación sobre la desesperación, la resistencia y la naturaleza humana ante la amenaza de la injusticia.

La dirección de Mann, a menudo asociada a la tensión y el virtuosismo visual en thrillers como “Heat” o “Collateral”, aquí se despliega con una sutileza sorprendente. Utiliza la fotografía de Lachlan McLellan, con sus tonos terrosos y una paleta cromática que enfatiza la aridez del paisaje, para crear una atmósfera opresiva y casi palpable. La inmersión en el entorno del Nuevo México es absoluta; el viento, la arena, el sol implacable... todo se convierte en un personaje más, recordándonos constantemente la fragilidad de la vida en aquel lugar. Mann no busca espectacularizar la acción, sino que se concentra en los pequeños detalles, en los miradas, en los silencios, para transmitir la angustia silenciosa de los campesinos.

El núcleo de la película reside en las actuaciones de Jeff Bridges y Emmanuel Mose. Bridges, en el papel de José Mondragón, ofrece una interpretación magistral de un hombre consumido por la rabia y la desesperación, pero que, paradójicamente, también alberga un profundo respeto por la tierra. Su evolución, desde la furia inicial hasta la resignación (y, quizás, a la esperanza), es el corazón de la narrativa. Mose, como el joven y ambicioso jefe de la compañía de recreo, transmite con convicción la frialdad y la arrogancia del progreso, aunque su personaje carece de la profundidad emocional que Bridges consigue. El resto del reparto, que incluye a Julián Carrillo como el sheriff, ofrece actuaciones sólidas y contribuye a la autenticidad del ambiente.

El guion, adaptado de la novela de Cormac McCarthy, es donde la película realmente brilla. McCarthy, conocido por su prosa cruda y poética, ha trasladado a la pantalla su visión del desierto y la lucha por la supervivencia. El guion no ofrece soluciones fáciles, ni moralizaciones evidentes. Se centra en la ambigüedad moral, en la complejidad de las relaciones entre los personajes y en la imposibilidad de encontrar respuestas simples a problemas complejos. La película plantea preguntas inquietantes sobre la ética del desarrollo, la responsabilidad social y el precio que estamos dispuestos a pagar por la prosperidad. Es una película que te obliga a reflexionar mucho después de que los créditos finales hayan rodado. El ritmo, deliberadamente lento, permite que la tensión se acumule gradualmente, creando un efecto poderoso sobre el espectador.

Nota: 8/10