Un lugar llamado paraíso (1991)

“Un lugar llamado paraíso” (A Place Called Paradise) es una película que, en principio, podría parecer una simple historia familiar sobre el verano y el descubrimiento, pero en realidad se revela como una exploración inquietante y sutil del trauma, la culpa y la dificultad de escapar del pasado. La dirección de Michael Skelton es discreta, casi meditativa, y eso, en este caso, es un acierto total. Nunca intenta mostrar la tragedia de Ben y Lily de forma explícita, sino que la permite filtrarse a través de sus miradas, sus silencios y, sobre todo, en la atmósfera opresiva de Paradise. La cámara, a menudo alejada, capta la belleza inquietante del entorno, un pueblo aparentemente pacífico que en realidad esconde una profunda melancolía. Skelton construye la tensión no a través de sustos baratos, sino mediante la sugerencia, la incomodidad visual y la construcción gradual de la atmósfera. Es una elección estilística que, aunque pueda frustrar a algunos espectadores que buscan una narración más directa, añade una capa de complejidad y sugerencia a la película.

Las actuaciones son impecables. Noah Jupe, como Ben, ofrece una interpretación conmovedora y matizada, transmitiendo la incomodidad, la angustia y la búsqueda de afecto de un niño que lucha por conectar con un mundo que le parece ajeno. Su actuación es de la sutileza y la autenticidad necesarias para abordar un personaje tan vulnerable. Abigail Breslin, por su parte, también destaca como Lily, una niña más fuerte y resentida, pero igualmente marcada por la tragedia. La química entre Jupe y Breslin es palpable, creando una dinámica realista y convincente entre dos niños que se encuentran en un territorio desconocido. El matrimonio de Ben y Lily, interpretado por Scott Wilson y Mireille Ennells, es, sin duda, el corazón de la película. Su dolor, su incapacidad para conectar y su constante lucha por mantener las apariencias, se representan con una vulnerabilidad que resulta profundamente conmovedora. Wilson, en particular, entrega una actuación brillante, sugiriendo un océano de emociones reprimidas que se esconden bajo una fachada de control.

El guion, adaptado de la novela de Christopher Rice, es quizás el aspecto más sobresaliente de la película. Evita los clichés del género, presentando la historia con un realismo inquietante. La exploración del trauma no es superficial; se profundiza en la forma en que el pasado impacta en el presente y en la dificultad de superar las heridas emocionales. La historia se desarrolla a un ritmo pausado, permitiendo que los personajes y sus relaciones se desarrollen de forma orgánica. Si bien la trama puede parecer lenta para algunos, la película logra crear una atmósfera de tensión constante y de inquietante incomodidad. La novela se mantiene fielmente en la adaptación, y la película logra capturar la esencia de la historia original. Sin embargo, la película añade una capa de ambigüedad que enriquece la narrativa, dejando al espectador con preguntas y reflexiones sobre la naturaleza del daño y la posibilidad de la redención. “Un lugar llamado paraíso” no es una película fácil de ver, pero es una experiencia cinematográfica memorable que merece ser vista por aquellos que aprecien el cine con matices y profundidad.

Nota: 7.5/10