“Un Marido Ideal” (Originalmente “The Prime Minister’s Wife”) es un drama social británico del siglo XIX que, a primera vista, parece sencilla, pero que en realidad es una obra maestra de sutileza y observación psicológica. Dirigida con cuidado por Stephen Frears, la película no se centra tanto en la trama en sí, que es bastante convencional, sino en el retrato de la desintegración de la moralidad y los valores en un mundo obsesionado por la apariencia y el poder. La película explora la hipocresía de la alta sociedad londinense y la capacidad de las personas para ocultar sus verdaderos sentimientos bajo una fachada de decoro.
Rupert Everett, en un papel que demanda una profundidad y una habilidad que a menudo se le restan, ofrece una interpretación notable como Lord Arthur Goring. Everett, a menudo relegado a roles cómicos o de caricatura, aquí despliega un arco dramático impresionante. Goring no es simplemente un mujeriego; es un hombre consumido por la inseguridad, una persona que busca desesperadamente la aprobación de los demás y que, en el fondo, anhela ser amado. Everett captura a la perfección este conflicto interno, transmitiendo una mezcla de arrogancia, vulnerabilidad y desesperación. La relación entre Goring y su esposa, Elizabeth (Stellan Skarsgård), es el corazón de la película y Everett logra evocar con éxito el resentimiento, la frustración y el amor no correspondido que se esconden entre las líneas.
Jeremy Northam, como Sir Robert Chiltern, proporciona una sólida base para el drama. Chiltern, el Primer Ministro, es un hombre ambicioso y pragmático, dispuesto a sacrificar cualquier cosa – incluso su integridad – para ascender en la escalera social. Northam interpreta a su personaje con una frialdad calculada, dejando ver la moralidad corrompida que lo impulsa. La dinámica entre Goring y Chiltern, marcada por la manipulación y el secreto, es especialmente efectiva, y el guion, en gran medida basado en la novela de Lytton Strachey, logra transmitir la sensación de que la verdad está siempre oculta bajo una capa de formalidades y falsedades.
La dirección de Frears es deliberadamente sutil. No hay explosiones dramáticas ni momentos grandilocuentes. La película se construye lentamente, permitiendo que la tensión se acumule a medida que los secretos de Chiltern comienzan a desmoronarse. El uso del color, en particular los tonos apagados y el verde esmeralda que simboliza la falsedad, contribuye a la atmósfera opresiva y descorazonadora. El guion, aunque fiel a la novela, no rehúye de la crítica social, exponiendo las desigualdades de género y el poder corrompido de la clase alta. Es una película que invita a la reflexión sobre la naturaleza de la moralidad y la fragilidad de las apariencias.
Sin embargo, la película no está exenta de algunas debilidades. A veces, el ritmo es un poco lento y algunos diálogos, aunque bien escritos, podrían sentirse un tanto artificiales. No obstante, la actuación de Everett, la dirección precisa de Frears y el tema universal de la hipocresía la convierten en una experiencia cinematográfica notable.
Nota: 8/10