Un ratoncito duro de roer (1997)

“Un ratoncito duro de roer” no es, simplemente, una película familiar. Es una pequeña joya, un ingenio visual y narrativo que te atrapa desde el primer momento y que, al final, te deja reflexionando sobre la importancia de la persistencia y el valor de lo inesperado. La película, dirigida por Mike Willaims, se erige como un pequeño triunfo del cine de animación independiente, dotado de un estilo visual distintivo que recuerda, en su paleta de colores y composiciones, a las obras de Wes Anderson. Y es que, a diferencia de las películas animadas más convencionales, “Un ratoncito duro de roer” se atreve a experimentar, buscando la belleza en lo peculiar y lo cotidiano.

La historia, sencilla pero efectiva, se centra en la relación entre dos hermanos, Oliver y Nathaniel, que heredan una vieja mansión. Lo que ellos no saben es que la casa está habitada por un ratón rabioso, Mortimer, quien se convierte en un obstáculo formidable para su proyecto de vender la propiedad. Esta coreografía, a veces absurda y a menudo sorprendentemente tensa, es el corazón de la película. El guion, escrito por el propio Willaims y Mike Richer, es brillante en su diseño. La película te plantea, de forma sutil, preguntas sobre la propiedad, el legado y el valor de las cosas. La dinámica entre los hermanos, tanto en sus momentos de frustración como de complicidad, es palpable y ofrece un punto de anclaje emocional al espectador. Sin embargo, el guion, en algunos momentos, se vuelve un poco artificioso, apostando por soluciones visuales y retorcidas que, aunque originales, pueden resultar excesivamente rebuscadas.

Las actuaciones de la voz en off son, en general, excelentes. Ben Schwartz ofrece una interpretación magistral como Mortimer, dotándole al ratón de una mezcla perfecta de furia, astucia y desesperación. El contraste con el tono más serio de Jordi Mora como Oliver y Bill Hader como Nathaniel crea un equilibrio perfecto. La dirección artística es, sin duda, un punto fuerte. El diseño de los personajes, los escenarios y el vestuario son meticulosamente elaborados, creando un mundo visualmente rico y convincente. La animación, aunque no alcanza el nivel de realismo de las producciones de Disney, se caracteriza por su estilizada expresividad y por la atención al detalle en la representación de los objetos y las texturas. La banda sonora, compuesta por Daniel Pemberton, complementa a la perfección la atmósfera de la película, con piezas instrumentales que evocarán la tensión y el humor con maestría.

A pesar de algunas pequeñas trampas en el guion, “Un ratoncito duro de roer” es una experiencia cinematográfica gratificante. Es una película que no intenta ser grandilocuente, sino que se concentra en ofrecer un entretenimiento inteligente y visualmente estimulante. No es una película para todos los públicos, pero aquellos que aprecien la animación independiente con un toque de originalidad la encontrarán una joya inesperada. Es un recordatorio de que, a veces, las mayores amenazas pueden surgir de las fuentes más pequeñas y que la perseverancia, incluso en la forma de un ratoncito rabioso, puede ser una fuerza formidable.

Nota: 8/10