“Un Vampiro Suelto en Brooklyn” (Under the Silver Lake) no es una película para quedarse pensando, ni mucho menos para analizar su significado existencial tras dos visionadas. Es una experiencia cinematográfica decididamente sensual, onírica y, en su totalidad, desconcertante. James Gray, director y guionista, ofrece una película que se alimenta de la atmósfera de Los Ángeles y de un estado mental al borde del colapso, donde la realidad se disuelve en un laberinto de sospechas, obsesiones y mitos urbanos. La película, que ya tiene varios años, se ha mantenido relativamente infravalorada, pero creo que con el tiempo ganará valor gracias a su singularidad.
La trama, a primera vista, parece sencilla: Max (Andrew Scott), un hombre retraído que ha perdido la memoria, se cruza con una joven policía, Rita (Sarah Lewis), y juntos se embarcan en una investigación, aparentemente banal, de la desaparición de un vecino. Sin embargo, esta aparente simplicidad es precisamente lo que confunde y seduce. Gray construye una narrativa fragmentada, llena de flashbacks, sueños y visiones que nos sumergen en la mente atormentada de Max. La película juega constantemente con la percepción de la realidad, utilizando la estética del giallo italiano y el cine negro para crear una atmósfera opresiva y perturbadora. La dirección de Gray es magistral, con una cuidadosa selección de encuadres, una iluminación sombría y una banda sonora evocadora que intensifican la sensación de inquietud.
Andrew Scott ofrece una actuación monumental. Su Max es un personaje complejo y ambivalente, un hombre consumido por la soledad y la culpa, que se refugia en la fantasía y el escapismo. La sutileza con la que transmite la angustia y la desesperación de su personaje es impresionante. Sarah Lewis, por su parte, aporta una presencia tranquila y confiada a Rita, quien, a pesar de su inocencia inicial, se encuentra atrapada en la red de extraños acontecimientos que la rodean. El resto del elenco, incluyendo a Michael Pitt en un papel sorprendente, complementa a la perfección la dinámica general de la película. Los detalles, desde la ambientación hasta la vestimenta, contribuyen a la atmósfera onírica y a la sensación de extrañamiento.
Si bien la ambigüedad deliberada de la película puede frustrar a algunos espectadores que buscan respuestas claras, considero que es precisamente esta falta de resolución lo que la hace tan memorable. Gray no ofrece explicaciones fáciles; en cambio, nos invita a interpretar los hechos a través de nuestros propios prismas. Es una película que te obliga a involucrarte activamente, a cuestionar lo que ves y a aceptar la incertidumbre. No es una película que te da todo, te lo exige. La película se acerca, en cierto sentido, a la filosofía existencialista, explorando temas como la memoria, la identidad, la redención y la naturaleza de la realidad. En definitiva, "Un Vampiro Suelto en Brooklyn" es una obra provocadora y profundamente personal, que merece ser vista y revisitada. Es una película que se queda en la mente mucho tiempo después de que los créditos finales hayan pasado.
Nota: 8/10