Una bruja en Nueva York (1991)

“Una Bruja en Nueva York” (What Dreams May Come) es una película que, curiosamente, evoca más preguntas que respuestas. La historia de Alex y Marina es un interesante, aunque a veces difuso, ejercicio de lo que podría ser la magia en un mundo contemporáneo. El director Mike Leigh, conocido por su estilo naturalista y su capacidad para retratar la complejidad de las relaciones humanas, se adentra en un territorio que, aunque visualmente atractivo, se siente a veces superficial en su exploración de la fe, la pérdida y la naturaleza del amor.

Las actuaciones son, sin duda, el punto fuerte de la película. Ethan Hawke, como Alex, transmite con una honestidad brutal el miedo, la confusión y la desesperación de un hombre que se enfrenta a una realidad que desafía todas sus creencias. Su interpretación no se basa en la teatralidad, sino en un sutil despliegue de emociones que hacen que su personaje sea increíblemente humano, incluso cuando se encuentra en situaciones fantásticas. Rebecca Hall, por su parte, aporta una sensibilidad magnética a Marina, cuya vulnerabilidad y profunda conexión con el mundo espiritual la convierten en un personaje entrañable, aunque su carácter pueda resultar a veces demasiado esquivo. El resto del reparto, incluidos Bill Nighy y Maxine Peake, contribuye con sólidas interpretaciones que enriquecen el pequeño universo de la película.

El guion, escrito por Mike Leigh y Toby Morgan, es el elemento que más oscila entre la brillantez y la debilidad. Leigh construye magistralmente la atmósfera de Nueva York, utilizando la ciudad como un telón de fondo que realza la sensación de alienación y de aislamiento de los personajes. Sin embargo, la película se pierde a menudo en su propia ambición de explorar la naturaleza de la visión, la muerte y la esperanza. Las conversaciones sobre la naturaleza del "más allá" se sienten, en ocasiones, forzadas y poco convincentes. La película se basa demasiado en el diálogo expositivo, en lugar de mostrar el impacto emocional de las ideas centrales. El ritmo es deliberadamente pausado, lo que puede resultar tedioso para algunos espectadores, pero también permite que las relaciones entre los personajes se desarrollen de forma orgánica.

La dirección de Mike Leigh destaca por su atención al detalle, especialmente en lo que respecta a la captación de las emociones sutiles. La película se centra en el microcosmos de la vida cotidiana, en los pequeños dramas y las incomunicaciones que pueden surgir entre vecinos. La música, cuidadosamente seleccionada, complementa a la perfección el tono melancólico de la historia. Sin embargo, la película no ofrece soluciones fáciles ni respuestas definitivas. Dejando al espectador con la inquietante pregunta de si la visión puede ser una forma de verdad o simplemente una ilusión producto de la desesperación.

En definitiva, "Una Bruja en Nueva York" es una película estimulante, aunque imperfecta, que invita a la reflexión sobre la naturaleza de la fe, la pérdida y el amor. No es un espectáculo grandilocuente, sino una experiencia íntima y personal que permanecerá en la memoria del espectador mucho después de que los créditos finales hayan pasado.

Nota: 7/10