Una vida a lo grande (2017)

“Una vida a lo grande” es un ejercicio de ciencia ficción existencial que, sorprendentemente, consigue generar una reflexión profunda sobre lo que realmente valoramos en la vida. Dirigida por J. Mills Petri, la película no busca efectos especiales espectaculares o un desarrollo narrativo vertiginoso. Su fuerza reside en su quietud, en la exploración de la soledad y la búsqueda de significado. La historia se centra en Paul, un hombre cuyo deseo de cambio nace de la frustración con la escala de su vida. No se trata de un fracaso personal, sino de una constatación: que en un mundo lleno de ruido y de aparente abundancia, a menudo nos encontramos vacíos. La premisa, de reducirse a un tamaño considerable para experimentar la vida de una manera completamente diferente, es, por sí sola, una puerta de entrada a la introspección.

La dirección de Petri es precisa y contemplativa. Evita los clichés del género y se concentra en la atmósfera, creando un ambiente de melancolía y asombro. Los planos son largos y deliberados, permitiendo al espectador absorber la belleza del mundo desde la perspectiva de Paul. La fotografía, en gran parte, es onírica y visualmente impactante, destacando especialmente las escenas en las que Paul explora la naturaleza, ahora en una escala completamente nueva. Se respira un silencio que invita a la reflexión, y que contrasta fuertemente con el bombardeo constante de estímulos que conforman la vida adulta.

La actuación de Oscar Isaac es, sin duda, el corazón de la película. Isaac ofrece una interpretación sutil pero potente, transmitiendo la creciente desesperación y la eventual aceptación de Paul. Su mirada, su lenguaje corporal, todo comunica la profundidad del personaje. No hay grandilocuencia en su actuación, sino una honestidad y una vulnerabilidad que resuenan profundamente. Junto a él, Michael Stuhlbarg aporta una presencia inquietante como el doctor encargado de la reducción, un personaje que se presenta como un tecnólogo frío y calculador, pero que sin embargo refleja, a su manera, la misma búsqueda de sentido que impulsa a Paul. La química entre ambos actores, aunque sutil, es fundamental para el desarrollo emocional de la trama.

El guion, adaptado de la novela homónima de Denis Johnson, es particularmente delicado. Evita caer en la moralización o en la simple declaración de valores. La historia se presenta como un experimento, una indagación sobre la condición humana. La novela, y por extensión la película, no ofrece respuestas fáciles. Se plantea preguntas incómodas sobre el deseo, la felicidad y el significado de la vida. El ritmo pausado puede resultar un obstáculo para algunos espectadores, pero permite una inmersión total en la experiencia de Paul. La película, en definitiva, es una meditación en forma de drama, un recordatorio de la importancia de apreciar los pequeños momentos y de encontrar la belleza en lo cotidiano, incluso cuando la vida se presenta a nosotros como un gigante abrumador.

Nota: 7/10