“Una Vida en Tres Días” es una película que se instala en la memoria como una fotografía desaturada y evocadora de los años ochenta. Más allá de ser una simple historia familiar, la película logra tejer una atmósfera densa y melancólica que se aferra al espectador. La dirección de Robert Altman, lejos de buscar efectos visuales grandilocuentes, opta por un estilo más intimista y documental, utilizando la cámara para observar y registrar la vida cotidiana de Henry y su madre, Adele. Altman, con su habitual sensibilidad, no se mete en juicios, simplemente pone a la vista la complejidad de su relación y las consecuencias del dolor, el aislamiento y la incomunicación.
La película se centra en la relación entre Henry, un niño de trece años que se encuentra en la encrucijada de la adolescencia, y Adele, su madre, una mujer marcada por una profunda depresión y una agorafobia que la han relegado a las cuatro paredes de su casa. La dinámica entre ambos es, en esencia, la columna vertebral de la película. La actuación de Josh Lucas como Henry es particularmente convincente. Logra transmitir la frustración, la soledad y el deseo de conexión de un chico atrapado entre el mundo adulto y el infantil, un niño que se siente responsable del cuidado de una mujer demasiado vulnerable para cuidarse a sí misma. Sin embargo, es la interpretación de Michelle Pfeiffer como Adele la que realmente eleva la película. Pfeiffer aporta una vulnerabilidad y una fragilidad impresionantes, dejando ver las cicatrices emocionales que la han convertido en aquella mujer a la que Henry intenta comprender y apoyar. No es una heroína, sino una mujer rota, imperfecta y profundamente humana.
El guion, escrito por Robert Altman y Chip Utchen, evita las melodramas fáciles. La trama no se basa en giros argumentales espectaculares, sino en la sutil evolución de la relación entre Henry y Adele. El desarrollo de la trama se basa en pequeños gestos, en conversaciones fragmentadas y en la observación paciente de los detalles de su vida diaria. La película no ofrece respuestas fáciles, pero sí permite al espectador reflexionar sobre temas como la responsabilidad familiar, la salud mental, el dolor y la búsqueda de la conexión humana. Es una película que se disfruta más en la contemplación, en la reflexión silenciosa. La ambientación de los años ochenta, con su estética retro y su banda sonora cuidadosamente seleccionada, contribuye a crear un ambiente de nostalgia y melancolía que envuelve la historia.
A pesar de su ritmo pausado y su enfoque en la introspección, “Una Vida en Tres Días” es una experiencia cinematográfica rica y gratificante. La película, a diferencia de otras producciones familiares, se permite ser incómoda, a veces incluso dolorosa. No intenta complacer al espectador con soluciones fáciles, sino que le invita a enfrentarse a la complejidad de las relaciones humanas y a la fragilidad de la condición humana. Es una película que, a pesar de no tener una historia convencional, deja una huella imborrable.
Nota: 8/10