“Van Gogh” no es, sin duda, una biografía convencional del artista holandés, sino más bien un retrato intimista y, a veces, inquietante de un hombre al borde del abismo. La película, dirigida por Philip Sourí, se aleja de las representaciones grandilocuentes que tanto abundan en el género, opting for una atmósfera densa y opresiva que se adhiere a la psicología atormentada de Vincent Van Gogh. La película no busca explicar las causas de su enfermedad mental, sino documentar la lucha de un hombre por encontrar sentido en un mundo que no lo comprende. Esta elección, en lugar de un recorrido cronológico, permite una exploración más profunda y, paradójicamente, más efectiva.
Jacques Dutronc ofrece una actuación sorprendentemente contenida y sutil como Van Gogh. A menudo, se le ha visto en papeles más extrovertidos, pero aquí, su Van Gogh es un individuo frágil y vulnerable, consumido por la búsqueda de la belleza y la expresión. Su mirada, desprovista de la intensidad que a veces asociamos con el artista, refleja una profunda melancolía y una inquietud constante. Sin embargo, la película no la basa únicamente en la interpretación del protagonista, y las otras actuaciones, especialmente la de Gérard Séty como el Dr. Gachet, son excelentes. Séty personifica la figura del intelectual y admirador, pero también muestra una sutil carga de vulnerabilidad, creando una dinámica compleja con Van Gogh. Alexandra London, que interpreta a Marguerite, la hija del médico, aporta una vitalidad y un punto de contraste, aunque su personaje, aunque interesante, parece algo relegado al segundo plano del drama principal.
El guion, a cargo de Jean-Pierre Sinze, se centra en la rutina diaria de Van Gogh, sus encuentros casuales y sus reflexiones internas. No hay grandes momentos de drama o acción, sino una acumulación de pequeñas escenas que revelan la soledad, la frustración y el anhelo del artista. La dirección de fotografía, con predominio de tonos apagados y sombríos, contribuye significativamente a esta sensación de aislamiento y desesperación. Los paisajes de la campiña francesa, pincelados con un estilo que recuerda, sin duda, a la propia pintura de Van Gogh, se convierten en un personaje más, un espejo de la condición existencial del protagonista. La película, en general, es un estudio de personaje, y su éxito reside precisamente en esta capacidad de sumergir al espectador en el mundo interior de un hombre que lucha por dejar su huella en un mundo que no está preparado para recibirla.
Aunque la película a veces puede resultar lenta y contemplativa, esta lentitud es, en realidad, una de sus mayores virtudes. Permite al espectador internalizar la experiencia de Van Gogh, experimentando su angustia y su búsqueda de significado. Es una película que exige paciencia y sensibilidad, pero que recompensa al espectador con una visión intimista y conmovedora de un genio incomprendido. No pretende ofrecer respuestas fáciles, pero sí nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del arte, la soledad del artista y la fragilidad de la condición humana.
Nota: 7/10
