“Vaya par de amigos” (Simply Complicated en su título original) no es un drama trascendental, ni una epopeya cinematográfica, pero sí es un pequeño tesoro cinematográfico que, con sorprendente sutileza, aborda la universalidad del miedo a la soledad y la inesperada belleza de la amistad que puede surgir en los rincones más insospechados de la vida. La película, dirigida por Ken Gass, se erige como una meditación sobre el paso del tiempo, la pérdida y la redención, un territorio cinematográfico rico y sorprendentemente emotivo.
La película se basa en una premisa sencilla pero poderosa: la conexión entre Frank (Robert Forster), un hombre irlandés marcado por su pasado como marino, y Walter (Mickey Rourke), un barbero cubano retirado. Ambos, en sus años avanzados, se encuentran en un parque de Florida y, a través de sus conversaciones, comienzan a construir una relación inesperada. La dirección de Gass es delicada y respetuosa. Él se centra en la intimidad de sus encuentros, en los silencios repletos de significado, en la mirada que revela un universo entero. La cámara rara vez interviene con excesos narrativos, permitiendo que la historia se desarrolle orgánicamente, a través de la interacción entre los dos personajes.
Robert Forster ofrece una actuación magistral. Su interpretación de Frank es fundamental: captura con perfección la amargura, el dolor, la frustración, pero también la humanidad latente bajo una dura coraza. Su actuación es sutil, pero imbuida de una profundidad que te atrapa desde el primer momento. Mickey Rourke, por su parte, aporta una frescura sorprendente a Walter, un hombre aparentemente desorientado por su jubilación y la pérdida de su esposa. Rourke logra transmitir con autenticidad la vulnerabilidad de Walter, su lucha por encontrar un propósito en la vida. La química entre los dos actores es palpable, y es gracias a ella que la relación entre Frank y Walter se siente genuina y creíble. Sus diálogos, a menudo breves, pero cargados de matices, son el corazón de la película. La película evita caer en clichés sentimentales, eligiendo la sutileza y la observación precisa como sus armas principales.
El guion, escrito por Ken Gass y Ken Magid, es, quizás, el punto más fuerte de la película. Evita la pompa y el melodrama, centrándose en la vida cotidiana de dos hombres que se encuentran en un momento crucial de sus vidas. La historia no busca soluciones grandilocuentes, sino que se centra en el simple placer de la compañía, en el valor de un hombro en el que apoyarse, en la posibilidad de encontrar la redención a través de la amistad. La película se nutre de la experiencia humana, de las pequeñas historias que conforman la vida de cada uno de nosotros. Es una mirada honesta y conmovedora a la soledad, no como una enfermedad que se debe erradicar, sino como una experiencia humana inevitable, que puede ser superada a través de la conexión y la empatía.
Nota: 8/10