Verano de aguas cristalinas (1987)

“Verano de aguas cristalinas” es, en su esencia, una película que se burla de las expectativas. Al principio, uno se siente tentado a etiquetarla como un cliché del thriller de supervivencia, una especie de ‘The Revenant’ para adolescentes. Sin embargo, la dirección de David McDougall va mucho más allá de la simple trama de hombres perdidos en la naturaleza. La película se construye en torno a la relación entre Vic, el guía endurecido, interpretado magistralmente por Sam Neill, y Alan, el joven y vulnerable protagonista, que personifica la desconexión de la vida moderna. Neill ofrece una actuación que es a la vez visceral y contenida, transmitiendo la frustración, el cansancio y la esperanza con una sutileza que roza la poesía. Su personaje no es un salvador, ni siquiera un mentor idealizado; es un hombre marcado por sus propios traumas, un espejo que obliga a los jóvenes a confrontar sus propias inseguridades.

La película no recurre a la violencia gratuita, sino que se centra en la tensión psicológica. La belleza natural del entorno, filmada con una paleta de colores impresionante, contrasta de manera impactante con la creciente desesperación de los personajes. McDougall aprovecha al máximo los espacios abiertos, utilizando la cámara a menudo en planos amplios que subrayan la soledad y la insignificancia de los protagonistas frente a la inmensidad de la naturaleza. La atmósfera es claustrofóbica, no por el espacio físico, sino por la inminente amenaza que representa el desconocimiento y la falta de preparación. El guion, escrito por McDougall y Ben Stow, es sorprendentemente sutil en sus diálogos, permitiendo que la acción y la interpretación de los actores hablen por sí mismas. Aunque la historia es predecible en su esquema general, la forma en que se desarrolla, con un ritmo pausado y la ausencia de explicaciones fáciles, es lo que la hace tan efectiva.

La película se atreve a explorar temas complejos como la identidad, la responsabilidad y la pérdida. El viaje de Alan es, en última instancia, un viaje interior, una búsqueda de sí mismo que lo lleva a cuestionar sus valores y a redefinir su lugar en el mundo. Sus amigos, cada uno con sus propias debilidades y conflictos, son retratados de manera realista, sin caer en estereotipos. No son héroes, ni villanos, sino individuos comunes enfrentando circunstancias extraordinarias. La relación entre Vic y Alan, a pesar de su inicial dinámica conflictiva, se transforma gradualmente en una conexión humana genuina, un reconocimiento mutuo de la fragilidad y la necesidad de apoyo. “Verano de aguas cristalinas” es, por lo tanto, mucho más que una simple película de supervivencia; es un estudio psicológico sobre el impacto de la naturaleza en la psique humana, y sobre la importancia de encontrar la fuerza interior para superar los desafíos que la vida nos presenta.

Nota: 7/10