Vermin: La plaga (2023)

“Vermin: La plaga” no es un ejercicio de terror visceral en el sentido tradicional. Es, en su lugar, una lenta y metódica construcción de una atmósfera opresiva, un estudio psicológico inquietante que se aferra a la mente del espectador como una telaraña. El director, Gary Friedman, ha logrado, a pesar de su presupuesto modesto, crear una experiencia visualmente perturbadora, donde la oscuridad, el olor a humedad y la desolación general son los principales protagonistas. Su elección de cámara, con tomas largas y movimientos lentos, no solo contribuye al ambiente inquietante, sino que también permite al espectador absorber cada detalle, cada símbolo de la decadencia y el abandono que impregnan el universo de Kaleb.

La película se centra en Kaleb, interpretado con una fuerza silenciosa y contenida por el actor Evan Peters. Peters logra transmitir una profunda sensación de soledad, arrepentimiento y vulnerabilidad. Su personaje, un hombre marginado y atormentado por sus propias decisiones, se convierte en un espejo de la desolación que lo rodea. No se trata de un héroe, ni siquiera de un villano; es un individuo en crisis, cuya búsqueda de una última conexión con su herencia familiar lo lleva a un precipicio moral. La actuación de Peters es sutil pero poderosa, dotando de peso emocional a un personaje que podría haber quedado plano si no fuera por su interpretación cuidadosa.

El guion, adaptado de la novela de Paul Tremblay, explora la fragilidad de la mente humana y el poder corrosivo del arrepentimiento. La trama se desarrolla con un ritmo pausado, otorgando importancia a la atmósfera y a la evolución psicológica del protagonista. La presencia de la araña venenosa, inicialmente un evento fortuito, se convierte en un catalizador para el descenso de Kaleb a la locura, pero la película va más allá de lo meramente fantástico, indagando en la naturaleza del dolor, la culpa y la búsqueda de redención. A pesar de que el thriller tiene sus momentos de tensión, la película se centra mucho más en el viaje interno del personaje, que en la persecución de la plaga. La resolución, aunque satisfactoria en su sentido, se basa en una cierta ambigüedad que no resulta en un final revelador, sino en una aceptación resignada de la miseria.

La fotografía de Peter Deming es, sin duda, uno de los mayores aciertos de la película. Utiliza la oscuridad como un elemento narrativo en sí mismo, subrayando la desolación del entorno y la incapacidad de Kaleb para conectar con el mundo exterior. La iluminación, por momentos casi góticamente intensa, crea una sensación constante de incomodidad y amenaza. El diseño de producción, que recrea un pequeño pueblo rural en pleno declive, contribuye a la atmósfera opresiva, con casas abandonadas, calles polvorientas y una sensación general de abandono. “Vermin” no es una película para aquellos que buscan sustos fáciles o explosiones de acción; es una experiencia cinematográfica inquietante, que invita a la reflexión sobre la naturaleza humana y la búsqueda de significado en un mundo que a menudo parece carecer de él.

Nota: 7/10