Verónica decide morir (2009)

“Verónica decide morir” no es una película que te enganche desde el principio, sino que se instala lentamente en tu mente, como el insidioso avance de la enfermedad que consume a su protagonista. La película, dirigida con una sensibilidad cautelosa por Claudia Parodi, no busca el melodrama fácil ni los clichés del drama existencial. En cambio, opta por un retrato crudo y honesto de la desesperación, la aceptación y, finalmente, la redención. La historia, que se centra en Verónica, interpretada con una fuerza inusitada por Verónica Echeverría, comienza con una nota oscura: un despertar en una institución mental tras un intento fallido de suicidio. El descubrimiento de que su corazón está fallando y que le quedan pocos días de vida le lanza a una espiral de introspección y búsqueda de sentido.

Lo que distingue a esta película es su enfoque en la interioridad de Verónica. El guion, escrito por Parodi y Fernanda Dreusso, se centra casi exclusivamente en sus pensamientos, recuerdos y conversaciones con el personal de la institución. Evitando los momentos de acción o escenas grandilocuentes, la película se basa en la atmósfera, la música y la interpretación de Echeverría para transmitir la fragilidad emocional y la creciente resiliencia de su personaje. No se explica un pasado traumático con detalle, permitiendo que el espectador complete los huecos con sus propias interpretaciones, lo que, a mi parecer, es una decisión acertada. El silencio, cuando es efectivo, habla más fuerte que cualquier diálogo.

La dirección de Parodi es notablemente precisa. Evita el sentimentalismo expositivo, mostrando a Verónica como una mujer imperfecta, vulnerable y a veces, incluso irritante. No hay un personaje heroico que la salve, ni un romance grandioso que la rescate. Su recuperación es un proceso gradual, marcado por pequeños actos de conexión, como el vínculo que desarrolla con un enfermero, interpretado con sutileza por Manuel Wolffer. La cinematografía, con su paleta de colores apagados y una iluminación natural que enfatiza la oscuridad y la introspección, contribuye a la atmósfera melancólica pero esperanzadora de la película. La banda sonora, minimalista y evocadora, complementa sin ser dominante, reflejando la turbulencia emocional de la protagonista.

Echeverría ofrece una actuación magistral. Su interpretación es natural y convincente, transmitiendo la angustia, la duda y, eventualmente, la aceptación de su destino con una sinceridad conmovedora. No busca el dramatismo, sino la humanidad. La película, en general, es un ejercicio de confianza en el espectador, requiriendo un compromiso emocional por parte del público. Si bien el ritmo pausado puede frustrar a aquellos que buscan entretenimiento rápido y directo, “Verónica decide morir” es una obra cinematográfica reflexiva y perspicaz que invita a la contemplación y a la empatía. Es un recordatorio potente de la importancia de la conexión humana y de la lucha por encontrar sentido en la vida, incluso en sus momentos más sombríos.

Nota: 7.5/10