“Victoria” no es simplemente una película; es una experiencia. Un ejercicio de contrapunto y tensión narrativa que se aferra al espectador hasta el final, dejando una sensación persistente de inquietud y la necesidad imperiosa de comprender el destino de su protagonista. Dirigida por Sebastian Schipper, la película se erige como un monumento al cine experimental, y más concretamente, al poder del plano secuencia. Y no se trata de un plano secuencia meramente decorativo, sino una herramienta narrativa crucial que determina la forma en que percibimos la vida de Victoria, una joven española que se ve arrastrada a una noche de violencia y confusión en el corazón de Kreuzberg, Berlín.
La dirección de Schipper es magistral, ejerciendo un control absoluto sobre la película. La cámara, omnipresente y constante, se convierte en un personaje más, registrando cada gesto, cada mirada, cada intercambio verbal. La inmovilidad de la cámara, a pesar de la complejidad de lo que se cuenta, crea una sensación visceral de inmersión. No estamos observando a la protagonista desde una distancia; somos parte del caos, del frenesí, de la confusión que la envuelve. Schipper domina el ritmo, la dirección de montaje y la utilización del espacio para generar un drama que es a la vez íntimo y global. La luz, el sonido, el color; todos se combinan para crear una atmósfera opresiva y desoladora, pero también, en su manera singular, profundamente humana.
Las actuaciones son, en su totalidad, sobresalientes. Laura Sütterman-Strobel ofrece una interpretación sutil y poderosa como Victoria. Su rostro, a menudo en un estado de confusión y temor, transmite con una eficacia conmovedora la vulnerabilidad y la creciente desesperación de la joven. La película se nutre de las reacciones secundarias, del comportamiento de los cuatro jóvenes alemanes con los que se cruza Victoria. Cada uno aporta una nota de ambigüedad moral, cuestionando la responsabilidad individual y colectiva en situaciones extremas. Estos personajes, aunque secundarios, no son meros adornos; cada uno, en su pequeño margen, contribuye a la construcción del universo narrativo y a la complejidad de la historia.
El guion, a pesar de su aparente simplicidad, es una obra de precisión. No se intenta explicar, sino que se muestra. La película se centra en la secuencia de eventos que desentrañan la vida de Victoria, presentando los hechos como se desarrollan en tiempo real, sin cortes ni artificios. La ausencia de explicaciones directas obliga al espectador a interpretar, a sacar sus propias conclusiones. La ambigüedad moral es deliberada; la película no juzga a sus personajes, sino que les expone a las circunstancias que los llevan a la violencia. Es una película que invita a la reflexión sobre la naturaleza humana, la responsabilidad, la fragilidad y el azar. El final, impactante y abierto, no ofrece respuestas fáciles, sino que deja al espectador con una sensación de incertidumbre y melancolía.
Nota: 8.5/10