“Vidas distantes” (1984) no es una película que te impresiona al principio. En lugar de un impacto inmediato, la película te arrastra con una paciencia metódica, construyendo una atmósfera de inquietud y misterio que resulta profundamente convincente. La dirección de Robert Greenhut es deliberadamente austera, utilizando un lenguaje visual sobrio y la fotografía de Christopher Lee (que además se encarga de la banda sonora) para plasmar la desolación del paisaje sureño y la soledad de sus habitantes. No hay grandilocuencia ni efectos especiales que distraigan de la historia, lo que permite que la tensión se acumule gradualmente. Greenhut se centra en la observación de personajes, creando una sensación palpable de aislamiento y desconcierto. Es una película que te obliga a mirar y a sentir, más que a pensar.
El núcleo de la película reside en las actuaciones, y Jill Clayburgh ofrece una interpretación absolutamente brillante. Diana Sullivan es un personaje complejo y contradictorio: una mujer ambiciosa y profesional, acostumbrada a controlar su entorno, que se enfrenta a un mundo y a una situación completamente ajenos a su experiencia. Clayburgh consigue transmitir la frustración, el miedo y la creciente desesperación de Diana, mostrando al mismo tiempo su resistencia y su deseo de comprender a las mujeres que la rodean. Martha Plimpton también está particularmente buena como Grace, la hija de Diana, una joven rebelde y con problemas de conducta que lucha por encontrar su lugar en un entorno incomprensible. La química entre ambas actrices es fundamental para el éxito de la película, aportando una autenticidad que eleva la historia.
El guion, adaptado de la novela homónima de Ellen Littauer, es donde reside la mayor fortaleza de la película. No se entrega respuestas fáciles ni pretende ofrecer una solución simplista a la complejidad de las relaciones familiares y sociales que se abordan. La película se centra en el proceso de comprensión, en el descubrimiento de las diferencias y en la aceptación de lo desconocido. La trama, aunque aparentemente sencilla, explora temas profundos como la infancia traumática, la responsabilidad familiar, el machismo, el racismo y la clase social. Los diálogos son naturales y creíbles, evitando la artificiosidad y permitiendo que los personajes se expresen de forma honesta, aunque a veces dolorosa. Se presta especial atención a la descripción del entorno, utilizando el paisaje como un personaje más, que refleja la dureza y la desolación de la vida en el sur americano. La película no juzga, sino que presenta una realidad cruda y sin filtros.
Sin embargo, “Vidas distantes” no es una película fácil de ver. Su ritmo pausado y la ausencia de momentos de ruptura pueden resultar lentos para algunos espectadores. Además, la película aborda temas delicados y puede resultar perturbadora. No obstante, su honestidad, su complejidad y sus actuaciones brillantes la convierten en una obra cinematográfica memorable que merece ser vista y reflexionada. Es una película que se queda en la mente mucho después de que terminan los créditos.
Nota: 8/10