“Vincent debe morir” es una experiencia cinematográfica visceral, perturbadora y, con suerte, memorable. Terrence Malick, un director que rara vez ofrece certezas, nos presenta una disección del miedo, la soledad y el peso de la existencia a través de la lente de Vincent Freeman, un manitas de una compañía de seguros que se ve repentinamente acosado por una marea de hostilidades inexplicables. No es una película que se disfruta, sino una que se experimenta, una que se siente en el pecho y que persiste mucho después de que los créditos finales se hayan apagado.
La dirección de Malick, tan característica como siempre, se adscribe a un estilo contemplativo que a veces se aproxima a la meditación, y otras a la exasperación. El uso magistral del silencio, interrumpido por diálogos fragmentados y evocadores, es fundamental. No se trata de contar una historia convencional, sino de evocar una atmósfera, de transmitir una sensación de creciente inminencia. La fotografía de Emmanuel Lubezki, como siempre, es espectacular, utilizando la luz y la sombra para intensificar la desesperación de Vincent y la opresión de su entorno. La película se siente, literalmente, como si estuvieras atrapado en la mente de Vincent, sin poder comprender la lógica subyacente a sus ataques.
La actuación de Benicio del Toro es, sin duda, la joya de la corona. Transmite una vulnerabilidad palpable, una desesperación silenciosa que es tanto conmovedora como aterradora. Su Vincent es un hombre que ha perdido todo contacto con su propia humanidad, consumido por la rutina y el miedo. También destaca Jamie Foxx, que ofrece un contraste interesante con su interpretación de la presencia enigmática y, a veces, inquietante, de Everett, un vecino que parece conocer el destino de Vincent. El reparto secundario, lleno de rostros familiares de Malick, contribuye a la sensación de un mundo que se cierne sobre Vincent, un mundo lleno de sospechas y silencios.
El guion, adaptado de la obra de teatro de Patrick Maribel, es una maravilla de ambigüedad. Nunca se ofrece una explicación concreta para los ataques que sufren Vincent, dejando al espectador con la sensación de que la razón es irrelevante. Es una exploración del inconsciente, de las ansiedades y miedos que nos acechan, de la incapacidad de conectar con los demás. La fuerza de la película reside precisamente en esta falta de respuestas, en su capacidad para generar preguntas sin ofrecer soluciones. No se pretende dar placer, se busca provocar, hacer reflexionar sobre la fragilidad de la existencia y el miedo a lo desconocido.
“Vincent debe morir” no es una película para todos los públicos, ni mucho menos para aquellos que buscan entretenimiento fácil. Es una experiencia desafiante, que exige una atención plena y una disposición a aceptar la incertidumbre. Sin embargo, para aquellos que estén dispuestos a dejarse llevar por su atmósfera y su inquietante reflexión, puede resultar ser una obra maestra de la angustia existencial.
Nota: 8/10