Vivir deprisa, amar despacio (2018)

“Vivir deprisa, amar despacio” es una película que, en lugar de buscar la grandilocuencia, opta por la intimidad y la resonancia emocional. La cinta, dirigida por Jacques Audiard, no ofrece un melodrama receloso, sino un retrato honesto de la búsqueda de la felicidad, de la aceptación y del amor en su forma más pura y vulnerable. La película no se adscribe a un género específico; se sitúa entre el drama romántico y la comedia existencial, tejiendo una narrativa delicada y sorprendentemente refrescante.

La dirección de Audiard es magistral en su sutileza. Evita los clichés y las explosiones emocionales gratuitas, prefiriendo un enfoque observacional que permite que las relaciones entre los personajes se desarrollen de manera orgánica. La cámara, en su mayoría, se mantiene a distancia, como un testigo silencioso que documenta los momentos de conexión entre Jacques y Arthur. Esta distancia, paradójicamente, intensifica la sensación de que estamos presenciando un encuentro único y especial, libre de artificios. El uso de la luz y la sombra contribuye a la atmósfera melancólica pero esperanzadora que impregna la película.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los pilares de la película. Sergi López, como Jacques, ofrece una interpretación particularmente matizada. Su personaje es un hombre en crisis existencial, atrapado en un ciclo de frustraciones y desilusiones. López logra transmitir la complejidad de Jacques, su amargura y su anhelo de encontrar un sentido a su vida. Sin embargo, bajo esa fachada de desengaño, se revela una profunda sensibilidad y un deseo de redención. La química entre López y Pio Sallet, como Arthur, es palpable. Sallet, con su energía contagiosa y su mirada incondicional, aporta un equilibrio perfecto al personaje, que no es el típico joven ingenuo, sino un espíritu libre que desafía las expectativas y convencer al corazón de Jacques.

El guion, coescrito por Audiard y Chantal Parent, es la verdadera joya de la película. Evita las simplificaciones y se adentra en la complejidad de las relaciones humanas, explorando temas como la soledad, la pérdida, el paso del tiempo y la búsqueda de la felicidad. El diálogo es natural y realista, sin paños mágicos ni soluciones fáciles. La película se centra en la mirada, en el lenguaje no verbal, en las pequeñas acciones que revelan la profundidad de los sentimientos. La historia, aunque aparentemente sencilla, plantea preguntas importantes sobre la vida, el amor y la forma en que elegimos vivirla. No es una película que te hace llorar a mares, pero sí que te obliga a reflexionar sobre tu propia vida y tus propias elecciones.

La banda sonora, también de Audiard, se integra perfectamente en la narrativa, acentuando los momentos de calma y resonancia emocional. Es una pieza esencial para entender la atmósfera melancólica pero esperanzadora de la película. “Vivir deprisa, amar despacio” es una película que se queda contigo mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. Es una experiencia cinematográfica íntima, conmovedora y, en definitiva, muy humana.

Nota: 8.5/10