Vivir hasta el fin (1992)

“Vivir hasta el fin” es una propuesta cinematográfica audaz, visceral y a veces perturbadora que no busca complacer ni tranquilizar al espectador. Dirigida con una clara intención provocadora por Daniel Schmidt, la película se presenta como un manifiesto existencial contra la desesperación, el miedo y la inevitable marcha hacia el olvido. La historia, centrada en Luke (Jacob Kener) y Jon (Kyle Phillips), dos hombres gay que viven con el VIH y deciden aprovechar el poco tiempo que les queda para vivir intensamente, es un vehículo para explorar temas complejos como la mortalidad, la búsqueda de la felicidad y la resistencia ante una enfermedad que define su existencia.

La dirección de Schmidt es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. La estética visual es cruza y desoladora, salpicada de imágenes impactantes y contrastes llamativos. La película utiliza la cámara de manera muy personal, a menudo acercándose a los personajes, invitando al espectador a compartir su intimidad y sus miedos. Hay una naturalidad en la forma en que se filma, como si la cámara fuera un testigo silencioso de sus actos. No hay artificios ni intenciones de espectacularización, lo que contribuye a la autenticidad de la experiencia visual. La banda sonora, minimalista y con elementos electrónicos, complementa perfectamente la atmósfera opresiva pero también cargada de esperanza que se respira.

Las actuaciones de Kener y Phillips son excepcionales. Ambos actores ofrecen interpretaciones complejas y creíbles, transmitiendo la vulnerabilidad y la fortaleza de sus personajes. Kener, en particular, es convincente como Luke, un hombre que ha perdido la esperanza en el futuro pero que encuentra un propósito en la búsqueda de placer y en la conexión con otros. Phillips, como Jon, aporta un toque de cinismo y sarcasmo, pero también una profunda sensibilidad. La relación entre los dos personajes, basada en la amistad y el deseo, se desarrolla de manera orgánica y natural, sin caer en clichés. Sus diálogos son ingeniosos y a la vez conmovedores, revelando sus miedos, sus sueños y sus deseos más profundos.

El guion, escrito por Schmidt y Thomas Moore, es un punto débil de la película. Aunque plantea preguntas interesantes sobre la vida y la muerte, carece de profundidad y complejidad en algunos momentos. Algunas escenas resultan repetitivas y carentes de ritmo, mientras que otros diálogos son torpes y poco inspirados. A pesar de ello, la película logra transmitir una sensación de urgencia y desesperación que obliga al espectador a reflexionar sobre su propia vida y sobre la importancia de aprovechar cada momento. La historia, aunque con momentos de debilidad narrativa, se mantiene enfocada en el viaje emocional de sus protagonistas y en su búsqueda de un sentido a sus vidas.

En definitiva, “Vivir hasta el fin” es una película que no deja indiferente. Es una experiencia intensa y perturbadora que desafía al espectador a confrontar sus propios miedos y a cuestionar sus valores. Aunque no está exenta de defectos, la película destaca por su estética visual impactante, sus actuaciones convincentes y su mensaje provocador. Es una propuesta cinematográfica valiente que merece ser vista.

Nota: 7/10