Volviendo a casa (1997)

“Volviendo a casa” (Homecoming) no es precisamente una explosión de emociones familiares, ni tampoco un drama con un giro inesperado. Se trata de una observación sutil y a menudo incómoda sobre las dinámicas familiares, la dificultad de la comunicación y la carga del pasado que nos persigue. La película, dirigida por Jennifer Gerelme, se presenta como un ejercicio de realismo psicológico, apostando por la atmósfera y la tensión interpersonal sobre la grandilocuencia. No se pretende emocionar al espectador, sino más bien provocar una reflexión, un “eureka” interno en aquellos que han experimentado los silencios y las rupturas dentro de sus propias familias.

La película se centra en la familia Sutherland, encabezada por los padres de Frank, un profesor de inglés que lucha con la dependencia de los opioides, y por sus cuatro hijos, que regresan a casa para la cena de Acción de Gracias. La dirección de Gerelme es precisa y consigue un ambiente palpable de incomodidad. Evita los clichés de los dramas familiares, prestando atención a los pequeños detalles: las miradas furtivas, los gestos tensos, las conversaciones interrumpidas. Se centra en la ausencia de conexión, en el peso de los recuerdos no dichos y en la dificultad inherente de reconciliarse con el pasado. La fotografía es discreta pero efectiva, con tonos grises y ocres que reflejan el estado anímico de los personajes y la melancolía del ambiente.

Las actuaciones son, en su conjunto, sobresalientes. B.J. Novak, en el papel del protagonista, Frank, entrega una interpretación matizada y compleja. Evita caer en la caricatura del “hijo problemático” y ofrece un retrato sutil de un hombre atrapado en sus adicciones y en el peso de su propio fracaso. El resto del reparto, que incluye a John Magaro, Amy Madigan, Michael Moser y Harriet Walter, también cumple con creces, aportando profundidad y credibilidad a los personajes. Especialmente la interpretación de Harriet Walter como la matriarca, con su mirada penetrante y su silenciosa sabiduría, es particularmente memorable.

El guion, coescrito por Gerelme y su marido, el director de fotografía, es inteligente y reservado. No busca explicaciones fáciles, sino que se limita a presentar situaciones que reflejan las complejidades de las relaciones familiares. La trama es sencilla, pero su impacto reside en la manera en que se exploran las motivaciones y los sentimientos de los personajes. La película tiene un ritmo pausado, que permite al espectador absorber la tensión y el ambiente. La falta de diálogos directos y la preponderancia de silencios no verbales contribuyen a la atmósfera de incomodidad y al impacto emocional de la película. Es una película que, para bien o para mal, invita a la introspección. No se trata de un entretenimiento superficial, sino de una experiencia cinematográfica que puede ser gratificante para aquellos que estén dispuestos a comprometerse con su ritmo y su tono.

Nota: 7/10