Vortex (2022)

“Vortex” no es una película que busca sensacionalismos ni momentos de gran espectáculo visual. Es, en cambio, una incursión sutil y profundamente conmovedora en la complejidad de una relación marcada por el tiempo y la enfermedad. La película, dirigida por Richard Linklater, se centra en la dinámica entre Arthur (Bill Murray) y Elaine (Brenda Blether), un matrimonio de ancianos que se enfrentan a los desafíos del Alzheimer y la insuficiencia cardíaca, respectivamente. Lo que la convierte en algo especial no es su trama, sino la forma en que Linklater la plantea: con una honestidad brutal y una ausencia deliberada de melodramatismo.

La dirección de Linklater es magistral en su simplicidad. No intenta adornar la realidad; la presenta tal cual es, con sus pequeños gestos, sus silencios incómodos y sus miradas que dicen más que mil palabras. Hay una belleza inquietante en la manera en que captura las pequeñas rutinas diarias de la pareja: la preparación de la comida, el juego de cartas, las pequeñas discusiones sobre el pasado. Estos detalles, aparentemente insignificantes, se convierten en la base de su conexión, en la evidencia palpable de un amor que ha resistido el paso del tiempo y las adversidades.

Las actuaciones de Bill Murray y Brenda Blether son extraordinarias. Murray, con su habitual humor seco y su mirada penetrante, encarna a Arthur con una mezcla perfecta de ternura, exasperación y resignación. Su personaje es un hombre que ha visto el mundo cambiar y que se debate entre el deseo de aferrarse a lo que queda y la aceptación de la pérdida. Blether, por su parte, ofrece una interpretación devastadora como Elaine, retratando el deterioro de su personaje con una sutileza que es tanto dolorosa como cautivadora. Su performance evita los clichés de la enfermedad, mostrando en lugar de narrar la progresión del Alzheimer a través de pequeños actos de reconocimiento y olvido, de momentos de lucidez y de total desconexión. El contraste entre sus actuaciones es el alma de la película.

El guion, coescrito por Linklater y Azaz Barak, se basa en la observación precisa de la vida cotidiana. Evita las soluciones fáciles y los momentos grandilocuentes, optando por un diálogo natural y personajes auténticos. No hay grandes discursos filosóficos o revelaciones dramáticas. La belleza de la película reside en la honestidad de sus pequeños momentos, en la manera en que captura la esencia de una relación que se transforma a medida que los personajes se enfrentan a la fragilidad de la vida. La película no busca resolver el misterio del amor, sino simplemente mostrarlo en su estado más vulnerable y puro. Es una película que te deja con una profunda sensación de melancolía, pero también con una admiración por la perseverancia del vínculo humano.

Nota: 8/10