Wanda Nevada (1979)

“Wanda Nevada” no es un western cualquiera. Dirigida con maestría por James Fargo, la película logra una atmósfera de desesperación melancólica y un ritmo pausado que, aunque puede resultar lento para algunos espectadores, es precisamente lo que le da un carácter tan particular y memorable. Fargo, conocido por su trabajo en películas de bajo presupuesto pero con una visión artística muy definida, te sumerge en el paisaje árido y desolador del Gran Cañón, transformándolo en un personaje más, un testigo silencioso de la búsqueda y la tragedia que se avecinan.

La película se centra en Beaudrey Demerille, interpretado con una intensidad palpable por Charles Bronson. Bronson, en un papel que claramente le otorga libertad para mostrar su faceta más reticente y taciturna, ofrece una actuación que va más allá de la simple representación de un jugador de póker. La incomunicación de Demerille es su mayor fortaleza, un muro que separa al personaje de la soledad y el arrepentimiento. A pesar de su apariencia hosca y su actitud hostil, el espectador se da cuenta de que en su interior late un corazón vulnerable, una necesidad de conexión que la llegada de Wanda Nevada despertaba. Su presencia no es un cambio radical, sino un despertar lento, un torbellino en la rutina de un hombre marcado por su pasado.

La joven Wanda Nevada, interpretada por Evelyn Chambers, es un contraste visual y emocional con la figura de Demerille. Su inocencia y belleza, que la hacen objeto del deseo de ambos hombres, la convierten en un catalizador. Chambers logra transmitir la fragilidad de su carácter, su temor y su creciente esperanza. La química entre Bronson y Chambers es sutil pero efectiva, no recurriendo a la sentimentalidad fácil, sino a miradas, gestos y la silenciosa comprensión que surge de la convivencia en circunstancias extremas. El guion, aunque simple en su trama, explora temas como la soledad, la búsqueda de identidad, la redención y la crueldad del mundo. Las secuencias de acción, aunque escasas, están bien coreografiadas y mantenidas en un tono realista, evitando el exceso de artificios que son comunes en este género.

La dirección de Fargo es la verdadera joya de la película. Utiliza la inmensidad del Gran Cañón para crear un espacio claustrofóbico, donde la esperanza parece desvanecerse con cada puesta de sol. Los planos a larga distancia, los primeros planos que capturan la mirada cansada de los personajes y la utilización del paisaje como reflejo de sus estados emocionales son elementos clave para la atmósfera que la película consigue generar. Sin embargo, el ritmo puede resultar desigual, con momentos de tensión intensa intercalados con escenas de contemplación que pueden resultar lentas para el espectador acostumbrado a una narración más dinámica. No obstante, la película recompensa la paciencia del público con una experiencia cinematográfica única y evocadora, que permanece en la memoria con fuerza. La banda sonora, minimalista pero efectiva, acentúa aún más la atmósfera de desolación y esperanza perdida.

Nota: 7/10