Wild Bill (1995)

“Wild Bill” es una película que no se asusta de enfrentarse a la leyenda, ni a su propia complejidad. Más que un simple relato de acción desenfrenada en el Salvaje Oeste, es una exploración cinematográfica de la masculinidad, la obsesión y el legado, todo ello envuelto en una atmósfera visualmente deslumbrante. Jeff Bridges, con su imponente presencia y la que, a mi juicio, es su actuación más intensa en décadas, encarna a Wild Bill Hickok con una sutileza sorprendente. No es un héroe unidimensional; Bridges capta la contradicción inherente a este pistolero legendario: su valentía, su habilidad con la pólvora y su necesidad de ser admirado se ven matizados por la melancolía, el dolor y la soledad que lo carcome.

La dirección de David Lozano es, sin duda, el corazón de la película. El estilo visual es deliberadamente frenético, reminiscentes de las películas de Sergio Leone, pero con un toque moderno y estilizado. La puesta en escena es exuberante, llena de detalles que transportan al espectador a la desolada Deadwood de finales del siglo XIX. Los planos secuencia son particularmente impresionantes, diseñados para transmitir la inmediatez de la acción y la sensación de peligro constante. Sin embargo, no se limita a la mera estética. Lozano utiliza el ritmo y la cámara para comunicar el estado emocional de Wild Bill, intensificando la tensión y la sensación de estar atrapado en un ciclo interminable de violencia y conflicto.

La historia, aunque basada en hechos reales, está teñida de un toque de lirismo. La relación de Wild Bill con Calamity Jane, interpretada magistralmente por Ellen Barkin, es un eje central de la narrativa. Su conexión, impulsada por la aventura y la necesidad de compañía, se entreteje con la sombra del pasado y la imposibilidad de encontrar un puerto seguro. Barkin aporta una fuerza y una vulnerabilidad a Calamity Jane que la convierten en mucho más que una simple compañera de aventuras; es una mujer que desafía las convenciones y lucha por su propia identidad. La escena en la que ambos se refugian juntos, buscando un instante de paz en medio del caos, es uno de los momentos más conmovedores de la película.

David Arquette, en el papel del misterioso forastero, aporta un elemento de amenaza palpable y un personaje que, aunque inicialmente unidimensional, se revela gradualmente como un reflejo de la propia obsesión de Hickok con la fama y el poder. La confrontación final, lejos de ser un mero despliegue de violencia, es una representación visualmente impactante del choque entre dos visiones del mundo, dos formas de enfrentar la vida. La película no ofrece soluciones fáciles ni finales felices; simplemente plantea la cuestión de si la leyenda puede, o debe, prevalecer sobre la humanidad.

En definitiva, "Wild Bill" es una película que va más allá del género western. Es un retrato oscuro y complejo de un hombre marcado por la historia, por el pasado y por sus propias ambiciones. Es una experiencia cinematográfica intensa, visualmente deslumbrante y con actuaciones memorables. Es una película que invita a la reflexión sobre la naturaleza de la leyenda y el precio que se paga por ella.

Nota: 8/10