“Wired” es, en su esencia, una película de bucles temporales y, por extensión, una reflexión sobre el arrepentimiento y las decisiones que definen una vida. Más allá de la premisa aparentemente simple, se trata de un ejercicio estilístico audaz y, en gran medida, exitoso por parte de los directores, los hermanos Robert and Daniel Schwartzkopf. La película no busca replicar el éxito de las comedias de John Belushi, sino analizarlo desde una perspectiva casi de disección, mostrando el coste de la fama, la presión mediática y la fragilidad que se esconde bajo la máscara del genio cómico. El uso del viaje en el tiempo no se siente forzado; es una herramienta narrativa que permite explorar las motivaciones y los errores de Belushi (interpretado magistralmente por Michael Chiklis) de forma coherente y, a veces, sorprendentemente conmovedora.
Chiklis ofrece una actuación excepcionalmente sutil. Se evita la caricatura fácil que podría haber socavado la honestidad del ejercicio. Más que imitara a Belushi, Chiklis le dota de una vulnerabilidad palpable, capturando la ambición, la inseguridad y la desesperación del actor. La relación con el taxista, interpretado con una calma y precisión inquietantes por Jacob Lasswitzer, no es meramente mecánica; se establece como una forma de espejo, de cuestionamiento constante. La dinámica entre ambos permite que el espectador, y Belushi, se vea obligado a contemplar las consecuencias de sus actos.
El guion, a pesar de su concepción no lineal, es sorprendentemente sólido. La película se sirve de fragmentos de la vida real de Belushi, intercalándolos con escenas recreadas que se entrelazan con fluidez. Si bien la estructura puede resultar algo confusa al principio, la paciencia del espectador es recompensada. La dirección se concentra en los momentos clave: los inicios en Chicago, las primeras apariciones televisivas, la amistad con Aykroyd y el proceso creativo detrás de “Saturday Night Live”. No se trata de glorificar el humor, sino de mostrarlo como una forma de escape, una manera de gestionar el dolor y la soledad. La película hace un uso inteligente de la música, utilizando piezas clásicas de jazz y blues para crear ambiente y reforzar el tono melancólico.
Sin embargo, la película no está exenta de fallas. A veces, la narrativa se vuelve un poco densa, perdiendo el ritmo y la claridad. El personaje de Bob Woodward, aunque necesario para el contexto de la investigación periodística, es en última instancia algo plano y carente de profundidad. La película, en general, se inclina más hacia la introspección psicológica que hacia el drama narrativo tradicional. No obstante, este es precisamente su punto fuerte: ofrece una perspectiva nueva y provocadora sobre la vida y la muerte de un icono del humor.
Nota: 7.5/10