Y con el diablo somos tres (1952)

“Y con el diablo somos tres” (originalmente "Three Strangers in Paradise") es una película de 1943 que, a pesar de su ambientación en la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial, se presenta más como un melodrama romántico con elementos de suspense y conspiración, y lo hace con una elegancia sorprendente para su época. La película, dirigida por William Wellman, no se adentra en la profundidad política o social que algunos podrían esperar de un relato sobre la resistencia francesa, optando por explorar la complejidad de las relaciones humanas contra un telón de fondo de conflicto y peligro inminente.

La historia nos presenta a Howard Campbell, interpretado magistralmente por Gary Cooper, un héroe de guerra atormentado por la culpa y el trauma. Cooper, como siempre, ofrece una actuación sobria y contenida, transmitiendo el peso de su pasado sin necesidad de excesos. Su Campbell es un hombre roto, que busca consuelo en el amor y la redención, pero que, sin querer, se encuentra envuelto en una trama que podría costarle la vida. La química entre Cooper y Marlene Dietrich, quien interpreta a la carismática y enigmática Brigitte, es palpable y contribuye significativamente al atractivo de la película. Dietrich, en un papel que le favorece enormemente, entrega una interpretación audaz y seductora, equilibrando la fragilidad emocional con la dureza necesaria para su personaje. La tensión entre ellos no es solo sexual, sino también ideológica, ya que la ambigüedad moral de Brigitte añade una capa de intriga que complica la dinámica romántica.

La dirección de Wellman es notable por su capacidad para crear atmósferas sugerentes y densas. La cinematografía, con el trabajo de Ted Desserac, es particularmente destacable, empleando la luz y la sombra para reforzar la sensación de misterio y peligro. Hay escenas, especialmente las que transcurren en el club nocturno, que son visualmente impactantes y evocan la atmósfera tensa y peligrosa de la Francia ocupada. El guion, adaptado de una obra teatral, no es especialmente innovador, pero se beneficia de diálogos inteligentes y una estructura narrativa que mantiene al espectador enganchado. Sin embargo, el ritmo es a veces irregular y la trama, aunque interesante, podría haberse beneficiado de un desarrollo más profundo de algunos personajes secundarios y de una mayor exploración de la conspiración nazi.

Lo que realmente eleva a “Y con el diablo somos tres” por encima de la simple película de gangsters de la época, es la exploración de temas como la culpa, el perdón y la redención. La película plantea preguntas sobre la naturaleza del bien y del mal, y nos obliga a cuestionar las motivaciones de los personajes. La decisión de Wellman de centrarse en la dimensión humana del conflicto, en lugar de convertir la película en una propaganda bélica, la convierte en una obra relevante y conmovedora incluso en la actualidad. La película es un pequeño tesoro cinematográfico que invita a la reflexión y a la discusión, y que merece ser redescubierta por las nuevas generaciones de amantes del cine.

Nota: 7/10