¡Y supo ser madre! (1925)

“¡Y supo ser madre!” (1993) es una película que se resiste a ser categorizada fácilmente. Más allá de ser un melodrama familiar, es una exploración sutil pero dolorosa de la soledad, la ambición desmedida y las consecuencias de las decisiones que tomamos en la vida. La película, dirigida por Frank Perry, no ofrece soluciones fáciles ni juicios moralizantes; en cambio, presenta una historia humana compleja, atrapada en un ambiente de opulencia y vacío.

La historia de Stella, interpretada magistralmente por Susan Dey, es profundamente conmovedora. Al principio, Stella es vista como la mujer “de pueblo” que se ha casado con un hombre que no entiende y que, en realidad, nunca la vio. Su matrimonio con Stephen Dallas (Tom Cruise) es, como se revela, un acuerdo social más que un vínculo emocional. La llegada de Laurel marca un punto de inflexión, pero también un conflicto. Stephen, ahora envuelto en la vida glamorosa de Nueva York, la abandona, dejándola sola con la responsabilidad de criar a su hija. Dey logra transmitir con gran realismo la frustración, la incomodidad y el vacío que siente Stella, una mujer que se da cuenta de que no es adecuada para el mundo de Stephen.

La película se beneficia enormemente de la actuación de Susan Dey, que entrega una interpretación honesta y vulnerable. Sin embargo, es crucial destacar el papel de William Hurt como Stephen Dallas. Hurt ofrece una representación escalofriante de un hombre que, a pesar de su éxito y riqueza, está desconectado de sus emociones y de la realidad de su familia. Su caracterización es paradójica: parece un hombre que ha acumulado todo lo que se supone que debe desear, pero que, en última instancia, es terriblemente insatisfecho. El contraste entre sus dos vidas, la opulencia de Nueva York y el anonimato de la pequeña ciudad, crea una tensión constante y una atmósfera inquietante.

El guion, adaptado de la novela de Marilyn French, es inteligente y no rehúye la complejidad de las relaciones. La película no simplifica las motivaciones de sus personajes. Stephen no es un villano, sino un hombre que se siente atrapado por sus propias ambiciones y que, quizás, es incapaz de conectar verdaderamente con su familia. La historia explora la idea de que el amor no siempre se encuentra en los lugares más obvios, y que a veces, la mayor forma de amar es permitir que alguien vaya por su propio camino. El ritmo de la película es pausado, permitiendo que la tensión se acumule gradualmente y que las emociones de los personajes se transmitan de manera efectiva. La dirección de Perry es precisa y minimalista, enfocándose en los detalles y en la expresión de los personajes.

No obstante, la película se muestra excesivamente melancólica, lo que puede resultar un poco pesado para algunos espectadores. Además, algunos diálogos pueden parecer un poco exagerados en su dramatismo. Sin embargo, estos pequeños defectos no impiden que “¡Y supo ser madre!” sea una película poderosa y reflexiva sobre la maternidad, el sacrificio y la búsqueda de la felicidad. Es una obra que permanece en la memoria, invitando a la reflexión sobre las elecciones que hacemos y las consecuencias que acarrean.

Nota: 7/10