Yo declaro la guerra (2012)

“Yo declaro la guerra” no es una película fácil de digerir. Es una pieza visceral, perturbadora y que te deja con una punzada de inquietud mucho después de que los créditos finales hayan finalizado. La película, dirigida por Paolo Sorrentino, se adentra en la infancia y la transición a la edad adulta, explorando la fragilidad del deseo y la facilidad con la que la inocencia puede corromperse. La historia se centra en los encuentros diarios de dos grupos de niños en un bosque, un espacio que inicialmente representa un reino de juegos, pero que, a medida que los líderes de ambos equipos, Nico y Bruno, asumen roles de adultos y se consumen por la rivalidad, se transforma en un escenario de horror. Sorprendentemente, Sorrentino no se limita a narrar un conflicto infantil. La película se construye como una alegoría sobre la guerra y la naturaleza humana. La elección del bosque como localización es crucial, convirtiéndose en un microcosmos donde se manifiestan los miedos y la ambición de los personajes. La dirección de Sorrentino es magistral: utiliza la fotografía, con sus colores terrosos y la luz que se filtra entre los árboles, para crear una atmósfera de suspense constante y una sensación opresiva. La cámara, a menudo observadora y discreta, permite al espectador sumergirse en el mundo de los niños, documentando sus juegos, sus risas y, finalmente, su descenso a la violencia. Las actuaciones son excepcionales. Timothée Chalamet ofrece una interpretación particularmente impresionante, capturando con una intensidad conmovedora la dualidad de Nico, un niño con una profunda necesidad de ser aceptado, que se ve arrastrado por la competitividad y la rabia. El juego de expresiones de Chalamet, la mezcla de vulnerabilidad y determinación, es fundamental para el impacto emocional de la película. El actor italiano Pierfrancesco Favino, como Bruno, el líder del otro grupo, aporta una presencia imponente y un aire de misterio, y su interpretación se beneficia de una actuación sutil, pero cargada de implicaciones. La química entre ambos actores es palpable, añadiendo una capa de complejidad a las relaciones entre los niños. El guion, adaptado de la novela homónima de Dino Buzzati, es, sin duda, el punto fuerte de la película. Sorrentino no intenta ofrecer respuestas fáciles. El desarrollo de la trama es deliberadamente lento, permitiendo que la tensión se acumule gradualmente. El diálogo es minimalista, pero incisivo, y las escenas son a menudo silenciosas, dejando que las imágenes y las interpretaciones de los actores comuniquen el significado. La película explora temas complejos como la ambición, el miedo, la pérdida, la soledad y la inevitabilidad de la violencia. No se presenta la guerra como un conflicto glorificado, sino como una degradación del ser humano, un reflejo de nuestras propias fallas y contradicciones. Sorrentino logra, con una maestría innegable, que la mirada infantil se convierta en una lente a través de la cual se examina la monstruosidad de la guerra. Es una película que provoca, que nos obliga a reflexionar sobre nuestras propias responsabilidades y sobre la importancia de preservar la inocencia.

Nota: 8/10